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Guerra del Chaco (IV): Los primeros comandantes

 Nota de prensa que salio publicada en el periodico Página Siete el díadomingo 22 de mayo de 2022

Los desencuentros entre los mandos militares y el Poder Ejecutivo se suceden desde que llegan las noticias del desafortunado desenlace de la toma de la laguna Chuquisaca.

Al pedir Salamanca se le proporcione el plan de operaciones en el Chaco, para salvar los papeles, Filiberto Osorio convirtió un documento interno del jefe de operaciones, Ángel Rodríguez, en el “Plan Operativo N° 1” del Estado Mayor General. Este “plan” buscaba tentar el interés presidencial, afirmando que, producto de un supuesto plan operativo –que nunca fue elaborado–, el flamante fortín Mariscal Santa Cruz serviría para facilitar enormemente hacerse con una salida en el río Paraguay, más concretamente, en fuerte Olimpo.

Soldados bolivianos en la Guerra del Chaco, el 31 de mayo de 1934

La respuesta del presidente fue calmada y reflexiva, tratando de hacer entender a los jefes militares que, si bien el ansia de Bolivia era obtener un puerto permanente sobre el río Paraguay, las condiciones no estaban dadas para lograrlo en el corto plazo y, menos, haciéndose con fuerte Olimpo, “único puerto sobre el que el Paraguay podía demostrar propiedad desde tiempo colonial”.

Por ello insistía en la importancia y urgencia de contar con un sistema defensivo frente al adversario, que garantice el hacer valer en el campo diplomático el derecho de posesión sobre ese territorio.

Para mal del país, los desencuentros entre los mandos militares y el Poder Ejecutivo se suceden desde el mismo momento en que llegan las noticias del desafortunado desenlace de la toma de la laguna Chuquisaca: “Haciendo el balance de nuestras escasas fuerzas en el sudeste –ha escrito Salamanca– yo insinué al general Osorio, la urgencia de hacer avanzar a esa región al batallón Colorados, que se hallaba más o menos entre Ingavi y Picuiba (...).

Osorio recibió mal esa indicación y expresó su oposición a esa orden. “Era manifiesta a mi juicio –explicó Salamanca más tarde– que las acciones militares inmediatas habrían de producirse en el sudeste. Es así que hoy mismo no me explico la obstinada resistencia del general Osorio”. Esta explicación corresponde a la realidad. “Las acciones de represalia iban a ser libradas en el sector en que había escasez de efectivos; enviar allí a los que estaban empleados en lugares donde no hacían la misma falta, era evidentemente lo que las circunstancias exigían (...). Pero el general mantuvo inquebrantable su oposición y acabó por decir que prefería renunciar al puesto que desempeñaba que impartir la orden que le indicaba el presidente. Salamanca le respondió que aceptaba la renuncia” (Alvéstegui, Salamanca. T4:41).

Entendiendo que con Osorio le sería imposible conciliar criterios, el presidente decide reemplazarlo con el general Carlos Quintanilla; empero, y de manera insólita para una institución de mando vertical, ambos militares se ponen de acuerdo para que el primero se mantenga en la jefatura del Estado Mayor General, mientras que Quintanilla vuelva a su puesto de comandante de la Primera División de Ejército. Como él mismo reconoció después, Salamanca tiene la “debilidad” de aceptar esa componenda, cuyas consecuencias pronto lamentaría.

Días después se acuerda que sea Quintanilla quien se desplace al Chaco para asumir el mando del recién creado Primer Cuerpo de Ejército, que era el aglutinante de las fuerzas allá destinadas y repartidas en tres divisiones.

Para conocer mejor al personaje, esto dice sobre él un amigo suyo: “El general Quintanilla es el general más joven del ejército nacional. Su juventud y su organismo hercúleo, sus ojos claros y su arrogancia, le dan el aspecto de un militar sajón. Quintanilla es activo y organizador. Es demasiado militar, pero no goza de la confianza general. (...) Quintanilla constituiría un alto valor militar bajo la dirección de un jefe. Lo considero sumamente nervioso y atolondrado. Tiene una idea muy elevada de sí mismo y esto lo muestra soberbio y vanidoso, pero sabe contraerse en la atención de sus deberes. (...). Pude anotar de mi parte que Quintanilla no conocía a fondo la situación militar del Paraguay. Estaba imbuido del espejismo de que Paraguay no afrontaría la guerra. Demostraba un profundo desprecio del enemigo. Tenía una seguridad absoluta en el éxito de la acción que se libraba en Boquerón y de ahí se originaban sus optimistas partes al Estado Mayor y sus proclamas a las tropas. (...) Los éxitos que obtuvo al hacerse dueño de Corrales, Toledo y Boquerón, lo ensoberbecieron. Cuando después se aclaró la situación en sentido de que Paraguay afrontaba la guerra con una preparación cuidadosa y estudiada desde antes y cuando en su afán de quebrantar el cerco establecido sobre Boquerón fracasaba, sufrió una lamentable depresión de espíritu” (Urioste, La Fragua: 129-130).

Una vez hubo aceptado esta nueva posición, Quintanilla ofreció el comando de su Estado Mayor al teniente coronel David Toro, que entonces gozaba de gran prestigio entre sus colegas. También Urioste da su impresión de este militar: “El (...) teniente coronel David Toro, es el cerebro del comando. Suele sostener puntos diferentes con el criterio del general Quintanilla. (...). Toro cree que el Chaco carece de valor y que Bolivia solamente sostiene allí una cuestión de honor nacional. Tiene un profundo desprecio por el elemento civil, al que califica de imbécil” (Urioste, La Fragua: 130).

Esos eran, pues, los hombres que habrían de dirigir las primeras operaciones bélicas en el Chaco. “Estaba imbuido del espejismo de que el Paraguay no afrontaría la guerra. Demostraba un profundo desprecio del enemigo”.

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