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Libertad en MP3

Un tema musicas, esta vez en MP3 que describe los problemas generados en relacion a las elecciones presidenciales de 2019

Fuente http://bit.ly/2q0szUw


Libertad

Un tema musical sobre los conflictos en Bolivia en relacion a las ultimas elecciones presidenciales, la implementacion del socialismo del siglo XXI

Libertad ( 3 veces )
Nuestras voces retumban al pasar
en un clima de amor y unidad
La democracia queremos recuperar

Hoy la patria nos llama a luchar
ven a unirte a la marcha es hoy
Por tus  hijos por un bienestar
el futuno nos espera ya

Todo el pueblo unido en una sola voz
de esperanza, de paz y hermandad
Bolivia entera la historia cambiara
democracia, justicia y verdad ( Repetir la seguna vez )

( Repetir de nuevo )

La victoria nos espera ya

Fuente  https://youtu.be/TpTDqBryLik


Barzola indomable: La comandante Gueiler

Nota de prensa que salio publicada en el peiodico Pagina Siete el dia domingo 16 de Octubre de 2019 en la Revista Rasca Cielos


Esta es una edición personal del libro Mi pasión de lidereza, de Lydia Gueiler Tejada, Presidenta de la República en 1979. Ha sido debidamente autorizada por la familia, quizá no los retazos elegidos y rearmados, pero sí la posibilidad de utilizar y por tanto releer el texto desde una mirada particular. Es un documento de 238 páginas sin desperdicio. Este no es únicamente el apasionante camino recorrido y ganado por una mujer en particular sino el derrotero de buena parte de la lucha política de las mujeres en Bolivia. Cecilia Lanza Lobo

Lydia Gueiler Tejada

Nací en 1921, a tres cuadras de la plaza principal (en Cochabamba). Mi madre fue Raquel Tejada Albornoz, una mujer pequeña de ojos azules, tan enérgica como exigente, tan recta como desafiante. Mi padre fue Moisés Gueiler Grunewelt, un suizo alemán que llegó a Bolivia tratando de completar una compleja teoría sobre el origen de la inclinación de la tierra. Murió cuando yo tenía apenas dos años.

Creo haber heredado de él su perseverancia y avidez por encontrar explicaciones a lo que parece indescifrable. De mi madre heredé la compulsión por cambiar las cosas, la disciplina y una fortaleza que siempre me fue útil. Me prohibió llorar desde muy pequeña. Alegaba que sollozando no se conseguía nada, detestaba cualquier berrinche, insistía que en Bolivia el llanto era una especie de deporte nacional que había que empezar a eliminar.

Cuando su hermana Rosa decidió casarse (la primera vez) mi madre no encontró mejor expediente que colocar cortinas negras en señal de algo así como un duelo. Subrayó que su hermana había pasado a ser un recuerdo y que no mencionaría nunca más su nombre en la casa. Se sentó luego a tejer ropas de niño en un rincón, sin hablar, sin llorar, inexpresiva, durante varios días. Este episodio me marcó profundamente. Sólo mucho después pude llegar a entender lo que mi madre había sufrido a raíz de la decisión de mi tía, aunque con los años su dolor y enojo se fueron disipando.

No éramos precisamente pobres, pero estábamos muy lejos de ser ricas. Siempre me causó una suerte de gratitud interior el trabajo, dedicación y amor que mi madre invirtió en mí para mantener alejadas todas la penurias económicas que sin duda tuvo que pasar, a partir especialmente del día en que murió mi padre.

Foto del libro mi pasion de lidereza
Una de las aparentes contradicciones de mi madre que más apreciaría con el tiempo fue su determinación de mandarme a un colegio no católico a pesar de ser devota. Resistiendo la desaprobación de parientes y amigos que insistían que en el Instituto Americano se formaban “ateos” e incluso subversivos de “dudosa moral”, mi madre me mandó a estudiar ahí.

Cuando tía Rosa decidió vivir con nosotras, las cosas mejoraron. Ambas mujeres se sostuvieron mutuamente, alquilando casonas (cuyos cuartos a su vez alquilaban). Fuimos vecinos de la familia Torrico, que ejercía una fascinación sobre mí por estar emparentada con Adela Zamudio.

Ese fue mi primer contacto con lo que después se volvería la razón de mi vida. La que me hizo abrir los ojos y me despertó hacia el cuestionamiento de lo que hasta ese momento aceptaba como la naturaleza de las cosas fue mi tía Rosa. Aunque no fue del todo explícita, intuía la irracionalidad del lugar que a las mujeres nos había tocado experimentar por el hecho de ser mujeres.

Sin hacer completamente suyos sus conceptos, tía Rosa gustaba de leer los poemas de Adela Zamudio a solas conmigo. Mi vida cambió el día en que tía Rosa decidió partir de la casa luego de casarse (por segunda vez).

Una vez concluidos mis estudios en la sección comercial del Instituto, el Director me ofreció el cargo de Profesora de Educación Física. Semanas más tarde (mi madre) no desechó la oportunidad que nos brindaba la visita a Cochabamba del Presidente de la República, José Luis Tejada Sorzano, pariente de la familia.

Emperifollada, partí junto con mi madre a visitar al “tío presidente” como quien va a saludar a una suerte de monarca. Contrariamente a lo que temía, el Presidente se interesó rápidamente en saber si había concluido mis estudios y al confirmarlo, no dudó un instante en llamar a su edecán e instruir que me diera un cargo en la Alcaldía.

Mujeres en tiempos de guerra

Aún no había cumplido veinte años cuando conocí al que sería mi esposo y padre de mi única hija. Al principio, la guerra (Guerra del Chaco 1932–1935) no había cambiado sino levemente la vida cotidiana en Cochabamba. Poco a poco, sin embargo, empezamos a ver mayores movilizaciones de gente. Empezaron a escasear los alimentos y se comentaba con más vehemencia las historias que traían los heridos que retornaban del infierno verde.

Muchas mujeres, de todos los sectores sociales, empezaron a asumir, ante la ausencia total de hombres, las responsabilidades tradicionalmente asignadas a ellos. Por primera vez se vio mujeres albañiles, carpinteras, mujeres utilizando pico y pala.

De los 2.500 prisioneros de guerra paraguayos, unos 800 fueron concentrados en Cochabamba y sus alrededores. Se los obligó a construir caminos. A cambio recibían un modesto estipendio, alimentación y un trato respetuoso y considerado.

Por ese entonces, seguía trabajando en la Alcaldía de Cochabamba. Estaba en una pequeña repartición que se dedicaba a supervisar los trabajos en los caminos. Me tocó un día hacer firmar la planilla de pago con los oficiales prisioneros. Al alcanzar el lápiz a uno de ellos para que firmara la planilla, me rozó la mano y yo sentí un estremecimiento ante el contacto con esa piel caliente. Había caído en Cañada Strongest junto con otros oficiales.

A principios de 1936, un domingo llegó la noticia a Cochabamba que se había firmado un Acta Protocolizada entre Bolivia y Paraguay estableciendo la mutua devolución de prisioneros. Todos podían irse a casa.

Nos enamoramos perdidamente, como Romeo y Julieta. El anuncio del inminente matrimonio fue un escándalo mayúsculo. Mi madre me había pegado un par de veces cuando era más chica, pero esta vez casi me manda al hospital.

Los rumores de que la iglesia sería apedreada si se consolidaba un matrimonio con el enemigo nos hizo desistir y al final la boda se llevó a cabo en casa. A los dos días , el mejor amigo de Mareiriam (Pérez Ramírez –el esposo paraguayo–), Noel Estigarribia, hermano del Mariscal Félix Estigarribia, Comandante del Ejército paraguayo, con quien había combatido codo a codo en Boquerón y Cañada Stronguest, decidió también casarse con una chica boliviana, una orureña de origen yugoslavo.

(El matrimonio no duró mucho). Éramos demasiado jóvenes, estuvimos demasiado enamorados, nos separaba no sólo una guerra, sobre todo nos distanciaban los objetivos de nuestras energías. A él lo esperaba una pionera carrera empresarial, a mí me esperaba Bolivia, las conspiraciones, la clandestinidad, las huelgas de hambre y la Revolución.

Nos enamoramos perdidamente, como Romeo y Julieta. El anuncio del inminente matrimonio fue un escándalo mayúsculo. Mi madre me había pegado un par de veces cuando era más chica, pero esta vez casi me manda al hospital.

Los rumores de que la iglesia sería apedreada si se consolidaba un matrimonio con el enemigo nos hizo desistir y al final la boda se llevó a cabo en casa. A los dos días , el mejor amigo de Mareiriam (Pérez Ramírez –el esposo paraguayo–), Noel Estigarribia, hermano del Mariscal Félix Estigarribia, Comandante del Ejército paraguayo, con quien había combatido codo a codo en Boquerón y Cañada Stronguest, decidió también casarse con una chica boliviana, una orureña de origen yugoslavo.

(El matrimonio no duró mucho). Éramos demasiado jóvenes, estuvimos demasiado enamorados, nos separaba no sólo una guerra, sobre todo nos distanciaban los objetivos de nuestras energías. A él lo esperaba una pionera carrera empresarial, a mí me esperaba Bolivia, las conspiraciones, la clandestinidad, las huelgas de hambre y la Revolución.

Algunas mujeres de clase alta y media alta eran las más agresivas a la hora de descalificar a quienes habíamos roto con los esquemas predominantes. Divorciada, con mi hija en un internado, política, cotizada por los hombres, viviendo sola, yo era el equivalente de quien había optado por una vida disoluta y descarriada. En la percepción de la diminuta sociedad paceña y especialmente para las señoras de nuestra provinciana alcurnia, Lydia Gueiler era una barzola indomesticable de ojos verdes.

María Barzola murió empuñando la bandera boliviana en diciembre de 1942 cuando el ejército disparó a quemarropa contra una marcha de mineros que exigía se abran las pulperías cerradas durante ocho días como represalia por una huelga que pedía un aumento de salarios. Al margen de dónde uno se ubique en relación a la interpretación histórica del hecho, María inspiró respeto, empezando por el enemigo.

Sin embargo, desde la década de los 50 en adelante “barzola” habría de volverse un insulto, una forma displicente de referirse a las mujeres, sobretodo a las que en años posteriores fueron protagonistas de un estilo autoritario y desordenado de exigir sus reivindicaciones.

La primera organización que formalmente se denominó María Barzola fue el comando femenino de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia dirigido por Julia María Bellido. Luego, mujer movimientista se convirtió, apropiadamente o no, en “barzola”.

Mujeres conspirando

En cierto sentido, ser política la ubicaba a una en el lugar más despreciable de la jerarquía social local, justo por encima –en el imaginario colectivo local– de las prostitutas. Ser política y militante del MNR ya era la peor categoría, algo así como ser una loca sin remedio.

Las tareas que generalmente se nos encomendaban eran lo que se entendía por responsabilidades “femeninas”: llevar ropa y alimentos para los que se encontraban escondidos, acarrear mensajes, distribuir las publicaciones del Partido, pegar volantes en las paredes y reclamar por los detenidos.

Recuerdo con afecto y no poca melancolía a Julia Flores, una compañera que se ponía a llorar de verdad ante los policías alegando que el detenido era su marido. Los policías ritualmente le respondían como recitando que ella seguramente tenía diez maridos porque el detenido siempre resultaba ser su esposo. Y ella decía. “¿Y qué tiene pues señor oficial, acaso no tengo derecho a recasarme o usted me va negar el amor? ¡Si en este país hay divorcio desde 1932!”

Sucedía algo curioso pero revelador de ciertas ventajas del irracional machismo predominante, que obviamente no excluía a los propios movimientistas. En voz alta, los compañeros aplaudían nuestras hazañas, pero luego, solos, censuraban que anduviésemos en correteos al igual que ellos y decían cosas como: “Si fuera mi mujer, le doy una paliza”.

Comandante Gueiler

La participación de la mujer en elecciones prerevolucionarias se limitó a vigilar las ánforas, proveer refrigerios y cumplir con una labor de supervisión y apoyo. Recuerdo con precisión fotográfica la impotencia que sentí en esas últimas elecciones del viejo régimen en mayo de 1951. Hasta la prensa oficialista comentó que la huelga de hambre realizada por las mujeres movimientistas (que pedían liberación de presos políticos y retorno del exilio de sus compañeros) había contribuido decisivamente al triunfo electoral del MNR. Y resulta que, habiendo sido las protagonistas de que el gobierno ceda, nos tocó limitarnos a contemplar cómo los hombres ejercían el derecho de votar.

Era una larga fila de señores con sus sombreros para quienes era más que natural que nosotras no participáramos. Recuerdo que a unos compañeros les gritábamos: “pueden votar los idiotas sólo que son hombres”. Nos reíamos traviesamente.

Mamerto Urriolagoitia, Presidente de la República vinculado a la “rosca” minero feudal, había entregado el gobierno a una Junta Militar (el llamado “mamertazo”). La Revolución de abril estaba cerca. Se conformaron entonces los llamados “grupos de honor” del MNR. Agrupaciones subversivas secretas de civiles armados, preparados para el combate, que seguían incluso rituales de afiliación inspirados en los Ku Klux Klan estadounidenses. Gueiler fue la creadora, única mujer miembro y comandante. Pasada la Revolución, estos grupos torcieron su fin inicial –efectivamente turbulento con fines revolucionarios– y adquirieron rasgos paramilitares delincuenciales.

Cuatro días revolucionarios

(Abril de 1952). La labor de las mujeres durante estos días revolucionaros fue realmente encomiable y digna de ser mencionada. Sin asustarnos por las continuas balaceras, compartimos los riesgos, auxiliamos a los heridos, transportamos municiones, agua, y alentamos permanentemente a los combatientes.

En la mañana del viernes 11, me encomendaron junto con Pepita Ascarrunz, la macabra misión de velar porque todos los muertos, sin importar el bando, fueran primero identificados apropiadamente en la morgue y luego sepultados cristianamente. Nunca olvidaré esos cuerpos rígidos, ese olor y la sensación de que después de todo, sí había tanto que no estábamos preparadas para soportar.

Lamentablemente, la mujer revolucionaria, valerosa y abnegada, no alcanzó el sitial que le correspondía en el nuevo estado de cosas. En realidad muy pocas cosas cambiaron, salvo por el voto universal cuatro años más tarde. Yo misma, que fui Comandante de las milicias armadas, los grupos de honor, con experiencia militar, acabé asumiendo una responsabilidad administrativa secundaria.

****

Instalado el gobierno de la Revolución, con Paz Estenssoro en la Presidencia, en 1953, en medio de intrigas propias de aquel momento político, su propio partido acusó a Gueiler de haber atentado contra el Presidente con una bomba en el Palacio. Con tal motivo, ella acabó en un cargo diplomático en Alemania. Volvió al país para organizar el Comité Electoral Femenino para las elecciones de 1956.

Mujeres al Parlamento

Las barzolas eran convocadas sólo como grupos de choque para dar una paliza a algún desafortunado opositor y en algún caso, incluso se produjo la nada generosa situación en la que la víctima fue desnudada por completo y perseguida por una suerte de jauría femenina.

Terminadas las elecciones, la mayor parte de las mujeres volvieron a sus casas. Yo me preparaba para ingresar al Parlamento como diputada suplente por el departamento de La Paz para ocupar uno de los curules donde se habían sentado sólo hombres durante 130 años.

A pesar de concitar la atención de los presentes, empecé a darme cuenta que, en realidad, allí no lograría nada substancial. Entonces tomé la decisión de presentar un proyecto de ley cuyas consecuencias no fueron menores, ni se limitaron al campo político.

El proyecto de resolución que presenté instruía que todos los diputados nacionales hicieran llegar sus declaraciones juradas de bienes con especificaciones concretas de los bienes que poseían antes del 9 de abril, y los que poseían entonces.

Mi propia declaración motivó la burla del periódico El pueblo, diario comunista que dirigía un señor Siñani. El periódico publicó que “la Honorable Gueiler es tan pobre que ha puesto sus cositas que tiene y se ve que no le alcanza ni para su responso”. Lo que ocurrió es que al margen de mi casa, yo había detallado cocina, refrigerador, muebles y así sucesivas marcas y fechas de adquisición. Fue demasiado ingenuo.

****

En 1963 fui elegida diputada nuevamente pero esta vez titular. Me dediqué íntegramente a trabajar en los problemas de la mujer. Mucho se ha especulado sobre cuál es la visión de la mujer y del feminismo que tenía. Quiero decir que nunca fui propiamente una feminista, menos simpaticé ni simpatizo con aquellos grupos extremistas radicales que conciben las relaciones entre géneros como una especie de guerra, donde deben haber vencedoras y vencidos. Cada desafío tiene sus representantes y muy lejos de mí la idea de restarle legitimidad a nadie, todos tienen igual derecho de hacerse escuchar y plantear sus reivindicaciones.

En 1964, las intenciones de Paz Estenssoro de presentarse nuevamente a elecciones incumpliendo el pacto de alternancia con sus propios compañeros de partido derivó en la fragmentación final del MNR. Lydia Gueiler y otros, por ejemplo, fundaron el PRIN. Paz Estenssoro optó por el general Barrientos que protagonizó un golpe de Estado contra el propio Paz Estenssoro. El poder volvió a los militares. Fueron años de exilio para la clase política con dos brevísimos respiros en 1970, cuando subió Torrez y la Asamblea Popular, y 1978–1980 luego de la dictadura de Banzer. Gueiler también vivió en el exilio y en cada oportunidad democrática volvió.

En 1979 fui elegida Presidenta de la Cámara de Diputados. Se trataba de elegir entre los candidatos más votados para Presidente y Vicepresidente. Una tras otra, las votaciones reflejaban la misma obstinación y falta de visión, la ausencia de generosidad. (Finalmente) se propuso una solución de consenso que no era del agrado de nadie pero resultaba aceptable para casi todos: Wálter Guevara (Presidente del Congreso) sería nombrado interinamente por un año, con la misión de convocar a elecciones al cabo de ese tiempo.

A poco de iniciado su gobierno, en septiembre de 1979, Walter Guevara decidió aceptar una invitación de cuatro días a Panamá. Se abrió entonces un breve pero intenso debate sobre quién debería ocupar su lugar en su ausencia. El mismo fue un ensayo general del que tendría lugar tres meses más tarde. No debe haber constitución ni tratado jurídico que el vicepresidente del congreso, el presbítero Leónidas Sánchez, no haya puesto en consideración para demostrar que, en ausencia del Presidente, le tocaba a él desempeñar ese trabajo.

No obstante se impuso el sentido común, debidamente ratificado por la Constitución. Guevara me entregó el mando en un sencillo acto en el hall de Palacio de Gobierno el 29 de septiembre de 1979, al que asistió una inusual cantidad de gente. No hubo ni honores militares ni nada, no era difícil suponer que a los militares les incomodaba sobremanera rendirle honores a una mujer y peor a una barzola.

Cuando subí al aeropuerto (a recibir al Presidente) luego de mi media semana como Presidenta interina de la República; precedida de dos motocicletas que abrían el paso a través de las empinadas calles de La Paz, seguida por un vehículo que brindaba un supuesto aparato de seguridad, me tocó vivir una experiencia notable.

Hasta ahí yo era “Su Excelencia, la Presidenta”. Tanto los individuos que se amontonaron en el vehículo de seguridad, como los que me recibieron en el aeropuerto, se deshicieron en saludos, alabanzas y muestras de obsecuencia. Luego de los honores militares, que sorpresivamente le fueron brindados al Presidente Guevara, todo el mundo se apresuró en subirse a cualquier vehículo de la comitiva.

En cuestión de minutos me di cuenta que, absolutamente sola, un taxi era mi única opción para bajarme de El Alto. En el lapso de unos 20 minutos había pasado de ser el objeto de exageradas muestras de consideración, obsecuencia y amabilidad a ser una ciudadana necesitada de un taxi.

Cuatro días estuve trabajando en el despacho presidencial, durante los cuales instituí, entre otras cosas, el Día de la Mujer. Éste había sido fijado tiempo atrás como el 11 de octubre, fecha del nacimiento de Adela Zamudio, pero no estaba reglamentado como día de descanso.

****

Guevara, por demás sincero, insinuó que un año sería insuficiente para enderezar al país. Interpretado como intento de prorroguismo, aquel fue pretexto suficiente para que el coronel Natusch protagonizara un nuevo, absurdo y fracasado golpe de Estado que dos semanas después tuvo nuevamente al Congreso discutiendo quién sería Presidente. Luego de una pugna previsible, venció el sentido común y Lydia Gueiler, Presidenta de la Cámara de Diputados, fue finalmente elegida Presidenta interina de la República.

Una banda para la señora Presidente

Una comisión fue designada para acompañarme a pasar al hemiciclo. Mientras la esperaba, un celoso funcionario del Palacio de Gobierno me llamó y con una vez que me sonó solemnemente desubicada, me dijo:

— Señora Presidente, ¿quiere que le mandemos la banda?

— ¿La banda?, ¿y para qué quiero yo una banda?, respondí sin demasiada reflexión, pensando que este hombre hablaba de una agrupación musical.

— Pero es que la van a posesionar y tiene que colocarse una banda.

La banda llegó mientras yo ingresaba al hemiciclo en medio de un aplauso cerrado. A través de una cortina de lágrimas pude ver que no pocos diputados también lloraban. Se hizo silencio. Se entonó el Himno Nacional.

****

Ninguna otra mujer en la historia de Bolivia ocupó el cargo de Presidenta del Estado. Durante su corto gobierno interino, a pesar de la presión social y política de uno de los momentos más críticos de nuestra historia contemporánea, Lydia Gueiler cumplió con valentía y a cabalidad la misión encomendada, de llevar a cabo, una vez más, elecciones nacionales (julio 1980) como solución a la situación de grave crisis y en el intento por recuperar la democracia. Gueiler asumió su rol con inmensa valentía y soportó maltrato y burlas por su condición de mujer, no sólo por parte del poder militar sino de buena parte de la clase política. Víctima del golpe militar de Luis García Meza el 17 de julio de 1980, salió al exilio. Retornó al país en democracia. Murió en La Paz, el 9 de mayo de 2011.

Mi pasión de lidereza, CIDEM, PROLIB/BID, La Paz, 2000.

Frases celebres con paisajes bolivianos

No hay que apagar la luz del otro para que brille la nuestra  Ghandi


















Si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo  Albert Eistein


















A quien amas dale alas para volar, raices para volver y motivos para quedarse  Dalai Lama


















El mundo es un libro y aquellos que no viajan leen solo una página  San Agustin





















Se puede saber mucho de una ciudad por la manera en que trat a sus visitantes  Mary Knight



















La violencia es el último refugio del incompetente


















El debil nunca puede olvidar, olvidar es un atributo del fuerte



















Vive como si fueras a morir mañana, aprende como si fueras a vivir para siempre



















El mas poderoso hechizo para ser amado es amar  Baltazar Grazian

















El que confia sus secretos a otro hombre se hace exclavo de él   Baltazar Grazian


















Quien tiene paciencia obtendra lo que desea  Benjamin Franklin


















No cambies la salud por la riqueza ni la libertad por el poder ... Benjamin Franklin



































Esta bien celebra el exito pero es mas importante atender las lecciones del fracaso  Bill Gates




































Lo que no mata me hace mas fuerte Friedrich Nientzche


















La confianza en si mismo es el primer secreto del éxito  ... . Emerson


Febrero y Octubre Negro en Bolivia, la caída de Gonzalo 'Goni' Sanchez de Lozada

Un documental que muestra como fue la caida del ex presidente Gonzalo ( Goni ) Sanchez de Lozada en dos meses oscuros, en Febrero y mas tarde en Octubre

Fuente: https://youtu.be/SlJy7w1sVNQ


Bolivia no es Venezuela

Esta no es Venezuela, ni es Cuba; este es el pais que dió el primer grito de libertad en la América, donde para permanecer Melgarejo contra la voluntad popular tuvo que sortear en 6 años 200 revoluciones. Es el pais donde el guerrillero el "Che" y los imbatibles pistoleros Butch Cassidy y Sundance Kid fueron abatidos y exterminados. Donde un 9 de abril de 1952 el ejercito, salió a defender a un gobierno que decidió desconocer los resultados de las urnas, con aviones y metrallas, y donde los militares terminaron escondiéndose para salvar la vida en las alcantarillas. Donde un presidente que se burlo y provocó al pueblo terminó colgado, donde otro hecho al gringo pudo por segundos salvar la vida saliendo rajando en un helicóptero a USA. Donde un tal Garcia Mesa dijo que gobernaria 20 años y terminó gobernando dos. No somos avispados, ni llenos de labia como los caribeños; pero cuando nos emputamos, hasta el demonio huye. No provoquen al pueblo y aprendan de la historia, ya que matemática no es lo suyo. NO somos ni Cuba, ni Nicaragua, ni Venezuela; somos altoperuanos, somos bolivianos

Naturalización por tener hijos bolivianos

Naturalización por tener hijos bolivianos para quein ya tiene hijo nacidos en Bolivia y necesitar hacer su naturalización


San JAILÓN : Un santo con clase en las tierras del narco

Nota de prensa que salio publicada en el periodico Página Siete el día 4 de agosto de 2019 en la revista Rasca Cielos  en las páginas 16 a 24

El santo de los pitucos de ciudad no es el mismo que el curandero hecho al jailoncito que un día murió atropellado en plena carretera, en el Chapare. Desde entonces le rezan moros y cristianos. ¿Quién es ese santo al que llaman Jailón?

Texto y fotos Cecilia Lanza Lobo

Héctor Monsón Choquetito murió de mala manera. Él, que cuidaba tanto las formas y se había pasado media vida prediciendo el destino de los demás, no supo lo que sucedería la madrugada del 15 de marzo del año 2008 cuando comenzó su ascenso definitivo.


Fue entre las cuatro y las cinco de la mañana, nadie sabe bien. Doña Sara sabe de oídas o no quiere saber. Esa historia ni le va ni le viene. Tal vez porque aquella madrugada el finado salía del prostíbulo vecino, no del suyo, a pocos metros del lugar del siniestro. “Venía desde el otro lado”, miente Sara con cara de desgano, señalando con un gesto hacia Shinahota, uno de los pequeños poblados que se extienden a lo largo de la carretera que une las ciudades de Santa Cruz y Cochabamba y que son parte del Chapare, la región cocalera, en el corazón de Bolivia. Sara vive en Chimoré, el pueblo vecino a Shinahota. Dicen que desde allí hacia Santa Cruz comienzan las k’encha calles como llaman sus pobladores, en quechua, a las “calles de la perdición” donde abundan los prostíbulos.

Pregunto por San Jailón y las cuatro muchachas que trabajan para doña Sara de pronto se interesan entre risitas y pestañas engomadas, coquetas. Es lunes y los lunes en Chimoré impera la Ley Seca. Es su día de descanso y ellas se derraman como sea en las sillas destartaladas alrededor de una banqueta ubicada en el patio, que es a su vez el salón principal de este puticlub.

Villa Tunari es la puerta de ingreso al valle cochabambino
Un par de cortinas moradas cuelgan del alambre que atraviesa el patio como telón de fondo de un escenario arrabalero. Por las mañanas, aquellas cortinas de color pío se recogen y por las noches se sueltan a modo de decorado de circo pobre. Detrás de las cortinas hay una lavandería, baldes apilados, sillas, un refrigerador, un par de perros somnolientos y cinco filas de alambres donde tienden la ropa lavada. Nada nuevo salvo unas pantaletas con transparencias en los lugares precisos. Todas son talla XL. La más joven está contenta y estira su mano izquierda para mostrar el anillo pequeñito y brillante que luce en el dedo anular. Se lo muestra presumiendo a su compañera, más joven aún, que mira sin decir nada. La que está a su lado, en cambio, habla mucho; es la mayor de todas: XL, cabello rubio teñido, simpática, morena, madre de dos hijos. Habla con solvencia y al parecer tiene ya varios trofeos en su haber: cuatro anillos de oro que superan con creces al diminuto que ostenta la muchacha joven. A doña Sara eso tampoco le va ni le viene. Mira haciendo un puchero con la boca. No conocía al finado, vuelve a mentir, aunque conocía su camioneta doble cabina “ploma, ¿no?”, pregunta con flojera buscando aprobación y ellas asienten como alumnas aplicadas. Era verde. También dice lo que todos repiten: que San Jailón era arrogante.

Por lo menos es lo que dicen quienes conocieron a Héctor Monsón Choquetito. Paceño, morocho, macizo, con aires de galán y, eso sí, hecho al “jailón”. Jailón porque andaba presumiendo los trajes que vestía en un lugar donde el calor empapa y no permite más ropa que una camiseta, un pantalón corto y un par de chinelas. Héctor, en cambio, se esmeraba y escogía: camisas rojas, azules, verdes… y pantalón blanco. Encopetado, hecho al “jailoncito”. Un petulante que se daba el lujo de comer poco.

Asi recuerdan a hertor Monzon, el jailon en su apacheta
“Estaba sentado ahí, todo vestido pituquito, comiendo chicharrón o charque, no me acuerdo. Hecho al jailón, apenas picoteó un poquitito, se pidió su personal (cerveza), dos chupaditas le dio y lo dejó ahí nomás. Dijo: ‘Señora, la cuenta. Ya no más’, y se fue”.

Así lo recuerda Willy, su colega. Y también doña Felicidad, la vendedora de su apacheta, que recuerda que el finado se pedía unos buenos trozos de carne y decía “prefiero calidad, no cantidad”. Sumadas las piezas, “jailón” es quien viste bien, come poco y elige a sus amistades, de preferencia gente importante. Ajá.

Distinta es la definición del “jailón” de ciudad derivada del complejo de clase alta: high, en inglés, como metonimia de la aspiración máxima. Un adjetivo cuyo gentilicio socarrón es “jailón”. Una palabra que define a una clase adinerada y algo yuppie que evade a la chusma. Jailón es, digamos, un sujeto de clase alta. Aunque lo único que Héctor Monsón Choquetito tenía alta era la pretensión de ser más que los demás.

El el Chapare abundan los focos rojos, el de Doña Sara
Si San Jailón hubiese sabido, jamás se hubiese dejado fotografiar con una sudadera cualquiera, esa que lo delata como hombre de carne y hueso, esa que se mira ahora como única imagen suya estampada en las placas recordatorias que reposan bajo el techo de su apacheta, al borde de la carretera entre Villa Tunari y Chimoré, en el Chapare, Cochabamba.

*****

En Chimoré está el Rubí que tiene como estandarte un foco rojo como santo y seña que identifica a un puticlub. Antes los prostíbulos colocaban en la puerta un balde rojo para anunciarse con cierta discreción. Ya no. Porque hace rato que en el trópico cochabambino la vida alegre, la fiesta, el sexo, el dinero y el alcohol no se andan con disimulos y más bien se ostentan. Es casi una tradición desde los años 80 cuando el narcotráfico llegó a su auge apadrinado por la dictadura de Luis García Meza. En Shinahota la cocaína “estaba ahí… ¡a la vista...!”, contó alguna vez Margarita Terán, dirigente cocalera, ex compañera de Evo Morales luego involucrada ella misma en asuntos de narcotráfico y bienes malhabidos.

Entre Villa Tunari y Chimore esta la apacheta de San jailon
Acabada la dictadura en Bolivia el año 1982, en el Chapare se vivieron dos décadas de tire y afloje entre cocaleros y gobiernos democráticos apadrinados por los norteamericanos, queriendo erradicar la hoja de coca con infructuosos planes de desarrollo alternativo, muchos muertos e infinidad de bloqueos carreteros. “Eso es lo que ha cambiado en el Chapare”, contará más tarde Antonieta en su hotel de Villa Tunari: “desde que se fueron los gringos (expulsión de la DEA, 2008) ya no hay más bloqueos. Con el cato de coca para cada familia, todos están tranquilos”, dirá con sorna y las palabras cargadas porque detrás de esa postal amable la cosa está que arde. Un cato equivale a 1.600 metros cuadrados de terreno donde cultivar la hoja de hoja. Esa fue la concesión del gobierno para los cocaleros del Chapare que ahora se ha duplicado y extendido. Y Antonieta asegura que si los cocales han proliferado, ni qué decir del comercio, los autos de lujo, las discotecas, las fiestas, los curanderos y los “baldes rojos”.

Al borde de la carretera, el Rubí aparenta ser una casa cualquiera bien montada, distinta a las barracas precarias que hace poco menos de una década eran el rostro del Chapare. Ahora las construcciones son de ladrillo y de dos pisos. El paisaje ha cambiado evidentemente. El Rubí es distinto al boliche de doña Sara, es más sofisticado, tiene un salón grande con barra y espejos, piso de cemento y un par de maquinitas de juego. Aún así no se compara con el Play Boy de las épocas de García Meza, dicen por aquí, usando la dictadura narco como medida del auge de la farándula. “Ahí llegaban prostitutas de todo el mundo, ¡estampas de mujer!”, exclama Antonieta, lamentando ambas cosas: la presencia de “nuestras criollas nomás” en los “baldes rojos” y el “turismo chupístico” reinante en el Chapare que ha derivado en linchamientos, violaciones y matufias que Antonieta encuentra obvias porque “donde hay mucho dinero…”, hace un pausa que deja concluir lo que todos saben: que el dinero del narco en el Chapare salpica.

Las escenas más frecuentes han sido los robos, atracos y las violaciones que suceden a diario sin escándalo suficiente. Por aquí se ha visto de todo, incluso gente en carne viva ardiendo en llamas, aullando como perros en manos de la misma población desquiciada, desconfiada, harta y asesina ella misma, rociando gasolina a sus presas, criminales o desdichados que cayeron por error. Por aquí la carne quemada se cuenta en cifras: 22 linchamientos sucedieron entre 2008 y 2013 . Hasta la Policía tuvo que salir corriendo, no sólo porque lincharon a uno de ellos por andar extorsionando con la droga sino porque ésta sabe que su cola de paja es altamente inflamable.

A pesar de todo, la jarana crece. Los servicios de amplificación y conjuntos musicales abundan y se extienden a lo largo de los 160 kilómetros que unen Cochabamba y el Chapare. Aquí llegaron Los Kjarkas, el grupo folklórico más popular del país. O El Nene Malo, de Argentina con su cho–cho–cho:

“Dónde están las nenas malas, dónde están las chicas que se portan mal, porque esta noche les vamos a dar el cho–cho–cho…”

Nadie en el trópico sabe cómo se recupera tanta inversión con sólo público local y entradas de 120 pesos (unos 17 dólares). Sólo sospechan malpensando.

Pero la jarana más populachera, aquella de los usos y costumbres del sagrado viernes, como la coca misma, no se erradica así nomás. Por eso la Ley Seca de los lunes fue necesaria. A no ser que a santo de San Jailón te vayas a su apacheta a seguir farreando.

*****

La llaman así: apacheta. Santuario le queda grande. Es una superficie de cemento de dos por tres donde los amigos y creyentes de San Jailón armaron un pequeño altar con el Cristo de la Concordia en el centro, dos ángeles que lo escoltan, un espacio en la base para poner las velas a arder y dos lápidas pequeñas. Una es de mármol blanco que trajo su mujer y otra de mármol negro que puso don Justo Tejerina:

“Jailoncito: Gracias por el favor y los milagros recibidos y cumpliendo la promesa que te prometí. JT y familia”.

Willy Choque, curandero, colega de San Jailon Es el santo de los narcos ?
Don Justo Tejerina donó la cruz y las cerámicas y no es para menos. El día que la dueña del edificio donde alquilaba él su tienda de abarrotes le comunicó que vendería el inmueble y que por tanto tendría que desocupar el local, don Justo no fue a la iglesia. Corrió a la carretera a rezar a San Jailón. Le pidió sus buenos oficios para que el banco afloje un préstamo de tanta urgencia que tuviese calidad de milagro, y sucedió. Esa misma tarde su préstamo fue aprobado y, más aún, ni él mismo se explica cómo los propios funcionarios del banco le llevaron el dinero a su tienda. Don Justo es ahora el nuevo propietario del inmueble. Comerciante. Una categoría predominante en toda la región.

Un par de años después de haberse erigido, la apacheta de San Jailón más parece una cantina a la hora de la resaca que un lugar santo. Restos botellas y latas de cerveza abundan en el suelo y sus ángeles guardianes han sido descabezados. Eso sí, flores, velas y cigarrito, no le faltan.

Ahí está doña Felicidad, que sonríe dejando ver sus dientes de oro. Es el día en que los devotos de San Jalión van de visita. Las flores y las velas le llevan cualquier día pero los lunes, además, brindan agradeciendo por los favores recibidos, por los milagros venideros o porque sólo allí se permite tomar cerveza los lunes de Ley Seca.

— “No. Eso no”, replica doña Feli, a pesar de las cinco cajas que trae, más dos conservadoras grandes repletas de cerveza. Unas 300 latas, calculo. A su lado está una señora menudita que fuma un cigarrillo sin filtro y si habla es casi nada, en quechua y apenitas. Me invita un puchito. Acepto, enciendo y me esmero. Entonces la señora menudita me alcanza coca, coquita. Gracias. Agarro un manojo y nos charlamos pijchando. A tanto alivio me pido una cerveza, luego otra. A estas alturas las dos ya me han contado que la esposa de Héctor Monsón Choquetito se ha vuelto a casar y no ha regresado. Y yo les he contado la historia de la mujer cuyo marido, devoto de San Jailón, después de ponerle velas y rezar murió, y que desde entonces, como revancha, su viuda descabeza a los ángeles de yeso que se erigen allí. Develo así el misterio de las decapitaciones que llevan ya varios años con diferentes versiones. Las dos me miran sorprendidas. Agarro más coca y sigo pijchando. Es más, ayer mismo cuando vine, la imagen de Jailón en la lápida estaba borrosa, irreconocible, no se veía nada y hoy está como nueva, se mira clarito, les cuento. Ellas abren grandes los ojos. Yo tomo otro sorbo de cerveza.

La señora menudita me invita otro puchito. Fumamos. De pronto se para, deja en ofrenda toda su cajetilla de cigarros a San Jailón, le enciende una vela, reza, cruza al otro lado de la carretera, sube a una moto–taxi y se va. Doña Feli ya ni me mira así que le pago, me despido y me voy. Escupo la coca y siento mi boca adormecida. No la siento.

La coca del Chapare es poderosa. Cuentan que hace algunos años los campesinos descubrieron un potente pesticida pero el remedio resultó peor que la enfermedad porque reducía el alcaloide en un 80%. Descubrieron que era gringo y acusado de andar boicoteando lo desecharon. La coca recuperó su poder. Lo mismo sucedió con el fusarium oxysporum, un hongo que atacó los cocales seriamente. Intervino el mismo gobierno, preocupado. Los más conscientes pidieron perdón a la Pachamama creyendo que estaba enojada por tanto ultraje: el hongo era producto del uso abusivo de fertilizantes para hacer rendir la tierra más de la cuenta. El hongo finalmente se erradicó, la coca no. Nadie hizo caso a la Pachamama.

Y es que en el trópico cochabambino la amenaza a la producción de hoja de coca es inadmisible porque su rentabilidad es insuperable. Cuatro cosechas anuales en un cato de coca por familia. Cada cato rinde 288 kilogramos de hoja de coca que se vende a 270 dólares el taque de 22 kilogramos (50 libras). Total que cada cosecha rinde alrededor de 3.553 $us. multiplicados por cuatro veces al año. Sin contar lo que sucede detrás de cada cato de coca.

Ningún intento gubernamental por sustituir la hoja de coca por productos alternativos locales ha prosperado. En el Chapare nada ha sido más rentable que la coca. Nada. Datos recientes (2018) indican que en Bolivia se producen 44.200 toneladas de hoja de coca al año y que sólo la mitad llega a los mercados legales. El propio gobierno reconocía hace algunos años que el 95% de la producción de hoja de coca se iba al narcotráfico. Por entonces, 2013, la superficie de cultivo era el doble de lo permitido, de modo que en vez de reducirla, el gobierno de Evo Morales aprobó la Ley de la coca (2017) que ahora legaliza lo que antes era ilegal. Y las cifras no han variado. Sólo el 9% de la producción de coca en el Chapare va al mercado legal, de modo que el resto a algún lado va. En el Chapare, la producción de coca y el narcotráfico gozan de buena salud.

No es un secreto. En el trópico de Cochabamba todos saben quiénes se dedican a la "pichicata" (droga) y quiénes no. Y los “pichicateros” pagan bien. Así lo reconoce el curandero con el que hablo, colega de San Jailón. Porque Héctor Monsón Choquetito era curandero y dicen por aquí que atendía a los narcos. ¿San Jailón es el santo de los narcos? “Para qué mentir”, dice él, moviendo la cabeza de lado a lado. “Sino, quién le traería tanta flor cara. ¡Usted sabe cuánto cuestan los gladiolos!”, exclama arqueando las cejas.

Gladiolos blancos le llevó a San Jailón doña María, desobedeciendo el pedido que el mismo finado le había hecho la noche anterior en sus sueños. Él quería gladiolos rojos. Al día siguiente, la movilidad en la que viajaba la señora dio un tremendo vuelco de campana y doña María supo que era por culpa de las flores blancas. Salió ilesa del accidente y fue corriendo a la apacheta a reponer los gladiolos blancos por rojos.

Ilustración Camilo Llanos / DGR - UCB
Jailón fue siempre un poco caprichoso. Le gustaba llamar la atención, usaba esas camisas llamativas y el pantalón blanco al modo de los peruanos, porque en el Chapare más de la mitad de los curanderos son peruanos. Sólo en Ivirgarzama hay cuatro y en toda la zona suman más de 20. Todos encuentran trabajo atraídos por la buena paga. Ya saben, “para qué mentir”.

***

** Un diente forrado en oro brilla en la boca de Willy Coque que habla con propiedad. La fluidez es un requisito del oficio de curandero. Tal vez un requisito previo porque todo curandero que se precie primero fue vendedor ambulante de medicinas. Willy Coque lo fue. Y en el mundo de los curanderos, Willy Coque es conocido como Don Benito.

Don Benito es curandero de nacimiento. Su abuelo fue el curandero más respetado de Guaqui, al sur del lago Titicaca. “Del maestro su maestro”, se jacta, y cuenta que su padre heredó el oficio igual que su hermano, luego sus cuñados y ahora también su esposa. Un trabajo que les ha permitido construir a medias una casa de dos pisos en Villa Adela, en El Alto, alquilar otra casita y una oficina en Shinahota, en el Chapare, y finalmente comprar una vagoneta verde esmeralda de tercera mano que lleva en el techo una sirena amarilla con la que Willy entra al Chapare abriéndose paso entre la espesa neblina que habita las montañas húmedas del trópico cochabambino, como quien entra a su casa de brujo donde los brujos son requeridos aunque sólo fuese por si acaso.

En la sala de su casa en Viacha hay dos “ñatitas” (cráneos humanos) bien abrigadas. Dos velas encendidas y cigarrillo sin filtro como ofrenda las acompañan. A su lado descansa una guitarra eléctrica: "es mía, estoy aprendiendo", sonríe Willy, que para los amigos y con algunas cervezas encima es “Willy Colón” porque le gusta la salsa. Ahora no. Ahora es un respetable curandero, médico tradicional, Secretario General de la Asociación Boliviana de Médicos Naturistas y Tradicionales de Bolivia (2013).

El apellido es lo de menos. Choque o Choquetito. Lo importante es que se dice que él y Héctor Monsón Choquetito eran tan unidos que hasta eran primos. Pero no. Eran amigos a fuerza de costumbre, costumbre de cruzarse por el camino, porque no siempre fue así. Héctor Monsón Choquetito, San Jailón, tuvo que aprender buenos modales.

Se conocieron por Montero, Mineros o San Julián, cerca de Santa Cruz, en alguna de las ferias habituales en aquellas poblaciones intermedias, allá por 1997. Ambos eran vendedores ambulantes: Willy Choque vendía remedios caseros y Héctor Monsón era relojero. Los dos paceños, los dos migrantes, cargando sus maletines James Bond.

El relojero era más joven y andaba mal vestido. Por si fuera poco un día de esos abrió su James Bond y lo que tenía adentro ya no eran relojes sino ¡remedios caseros!. Héctor Monsón Choquetito quería ser curandero. Para mayor arrebato, el ex relojero había comenzado a vestirse bien y estaba queriendo hacerse al jailoncito. De nada sirvieron los reclamos de los colegas del gremio pues Héctor entró a la comunidad apadrinado por “El paceño”, otro curandero joven y algo altanero que sin permiso de nadie lo metió al negocio y fue su maestro.

Ahora que el finado es un santo, Willy reconoce que eso de bueno tenía: Jailón aprendió de varios expertos. “Elegía a sus amistades y le gustaba juntarse con gente importante”. Por eso Jailón fue discípulo nada menos que del “tío Carta”, un anciano respetable de apellido Cartagena, peruano, cuya raza negra y sus habilidades comerciales le permitieron pasar por brasileño. El tío Carta trabaja ahora mismo con el nombre de “Jaisihno da Silva”. También están “El Chuncho Amazónico” y “Pedro Suárez” como maestros del novato.

De todos ellos Héctor Monsón tuvo que aprender a respetar a sus mayores “hasta hacerse bueno”, porque antes le jugó a Willy una mala pasada, inapropiada para un aprendiz de brujo. Willy resolvió el inconveniente pero aquello marcó la mala imagen del Jailón. Por eso fue un tanto extraño que un par de años después, trabajando ambos curanderos por Ivirgarzama, Héctor, ya Jailón, ya más canchero, ya de camisa, se acercase a Willy diciendo: “Willy Colón: ¿una salsita?”

“¿Por qué no?”, pensó Willy y se fueron a Las Chozas. Ahí Héctor le pidió disculpas por sus errores de juventud, se tomaron unas cervezas y comieron un ceviche, el plato favorito de Jailón que ahora Willy prepara de maravilla.

Ese fue el inicio de una amistad que perdura incluso hoy que Willy –Don Benito– trabaja con San Jailón desde las alturas resolviendo apariciones: casos de objetos perdidos que por intermediación del alma del Santo pueden ubicarse de manera aproximada o precisa. Una especie de GPS espiritual.

El Jailón trabajaba como astrólogo. Lo suyo eran los naipes o el Tarot. Miraba las cartas, hacía limpias… “expansión espiritual”, para ser más concretos. Pero aunque Willy sabía de Héctor hasta sus más caros anhelos como que quería dejar de trabajar, no sabía que sus destrezas como curandero eran más eficientes de lo que parecían, pues así comenzaron los milagros.

Sucedió después de su muerte. Ah… su muerte.

Antes hay que decir que si Jailón comía con medida bebía sin clemencia. Le gustaba irse de copas más de tres días. “No era de un día nomás”, cuenta Willy recordando que después de hacer las paces con Héctor, allá por el año 2000, éste lo volvió a invitar dos veces más a su lugar favorito: el Rubí, en Chimoré. Después de trabajar, el viernes por la tarde se metía ahí y no salía hasta el lunes. Una vez llamó a su amigo Willy, le dijo que agarrara una moto y se fuera al Rubí. Ahí le invitó una caja de cerveza para asegurarse que Willy le hubiera perdonado sus altanerías previas. Willy quiso complacerlo con otra caja de cerveza pero Jailón no permitió: “donde yo tomo está prohibido meter las manos al bolsillo”, dijo sobrador. “Bueno, si quiere que se bacanée”, pensó Willy y salieron de allí cinco cajas después hacia el local de doña Sara. Lo mismo sucedió una vez más por esos años. La última fue el 14 de marzo del año 2008. Esa vez Jailón no llamó a Willy sino al “Charapa”, un curandero de mala fama que vendía grasa de víbora en la feria 16 de Julio de El Alto.

Era viernes cuando entraron al Rubí y bebieron hasta la madrugada del sábado 15. Por entonces el Jailón ya tenía auto, así que se marcharon ebrios para continuar la juerga en Shinahota, invadieron carril y un tráiler se les vino encima. El Jailón quedó atrapado, pidió ayuda pero fue tarde. Murió ahí en la carretera a 20 metros del Rubí. “El Charapa”, malbicho, salió ileso. Llegaron los policías y se lo llevaron sin saber que cargaban a un Santo.

El Jailón estuvo tres días sin que nadie lo reclamara. Willy andaba de cumpleaños y se enteró tarde. Cuando la gente de buen corazón quiso hacer una colecta para enterrarlo porque las hormigas comenzaron a comérselo, apareció su mujer desde Yapacaní, cerca de Santa Cruz y lo enterraron en el cementerio del lugar, entrando a mano derecha. Amén.

Ni cortos ni perezosos sus colegas recogieron los restos de la camioneta, armaron una cruz y la plantaron ahí mismo. Enseguida apareció una señora desde Ivirgarzama con una bola en el cuello diciendo que las almitas de los curanderos eran milagrosas. Capaz que era cierto y esa bola desaparecía de una buena vez. Y desapareció. ¡Milagro! exclamaron todos. Y lo bautizaron como “San Jailón” para siempre.

Testigo principal es la señora que viajaba en un bus rumbo a Santa Cruz y que pasando por la apacheta de San Jailón vio a un hombre todo vestido de blanco, deslumbrante, cruzar por la carretera. El chofer también lo vio y, es más, ¡casi lo atropella! Pero el hombre de blanco atravesó el camino tranquilo y se perdió en el monte. Desde entonces, cada que pasa por ahí aquel chofer se detiene en el lugar a dejarle flores. Lo mismo hace don Javier, dueño de El Curichi, el restaurante donde los buses paran, repletos de pasajeros, a comer. Don Javier no falla nunca con sus flores y desde que es devoto de San Jailón los buses no han tenido accidentes, de modo que su restaurante está siempre lleno.

La voz corrió y la gente comenzó a frecuentar el lugar con flores y rezos. Bajo el techo de la apacheta caben todos, justos y pecadores. ¿Los narcos? “Para qué mentir”, también vienen trayendo gladiolos. “No se puede impedir que vengan”, acepta Willy resignado. San Jailón es también Santo de los narcos.

Cuentan que estaba una familia llevando insumos para la elaboración de pasta base de cocaína cuando de pronto divisaron a los “leos” (miembros de la Fuerza Especial de Lucha contra el Narcotráfico, llamados Leopardos). La señora, asustada, comenzó a rezar: “Jailoncito, ciégalos. Este es todo mi capital, sino qué voy a hacer… Por favor, ciégalos”. La camioneta se detuvo y la familia pudo esconder en el monte todo lo que traía a la vista de los leopardos, cegados. Tres días después encontraron intacto lo que habían botado al monte. ¡Milagro!

Pero así como ciega “leos” a pedido de los narcos, San Jailón también oye los recados de los “leos” para atrapar narcos. San

Jailón es generoso.

Un trabajo que cuesta 100, 300 y 1.000 pesos (entre 15 y 150 dólares), a pedido de un narco llega a costar 500, 1.000 y hasta 1.500 dólares, dependiendo de la dimensión del milagro requerido. No es fácil. El curandero explica:

— Por ejemplo, viene un narco y nos pide…

Hace una pausa y, por si las dudas, aclara:

— Usted ha debido escuchar hablar de los cuatro elementos: agua, tierra, aire, fuego. Aquí también entra la cosmovisión andina, la Pachamama. Entonces pedimos el favor a la Pachamama para que cuando los “leos” persigan a los narcos, de pronto el río crezca…, de pronto caiga una lluvia…

Entonces Willy, más Don Benito que nunca, reza:

“Jailoncito, por intermedio de San Jorge, por favor, agarra a los ‘leos’, amánsalos como a corderos, tenlos encerrados y que sean mansos y no sean rudos. Si me haces ese favor te hago una misa, te prendo este cirio a favor tuyo”.

Amén.

Héctor Monsón Choquetito, adivino de vidas ajenas, no pudo saber que su ambición se cumpliría. “Expansión espiritual” era lo que ofrecía sin saber que construía así una metáfora de sí mismo, porque dónde más alto se puede llegar en el ascenso social popular sino a la santidad. San Jailón, el más “jai” de los santos en las tierras del narco. ¿Narco? Qué más da. Lo que importa es la posibilidad de salir de la pobreza, que ha llegado allí como una lotería, con santo y todo.

Una versión de este texto fue publicada en la antología Hora Boliviana, editorial El Cuervo, 2015.

Naturalización por servicio militar

Naturalización por servicio militar

Podran adquirir la nacionalidad boliviana las personas extranjeras que hayan prestado servicio militar en el Estado Plurinacional de Bolivia  que se encuentren en situación legal en el pais con dos ( 2  ) años de permanencia  ininterrumpida , bajo supervición del Estado que manifiesten expresamente su voluntad para obtener la nacionalidad boliviana  y cumplan los requisitos

Es otorgada por la DIGEMIG


Naturalización por permanencia por mas de tres años en el pais

Naturalización por permanencia por mas de tres años en el pais para quien ya este recidiendo tres o mas años en Bolivia y precise hacer sus papeles para estar legal en el pais

Naturalizacion por permanencia de más de tres años en el pais

Podrám adquirir la nacionalidad boliviana  por naturaliazación, las personas extranjeras en situación legal, con mas de tres ( 3 ) años de residencia ininterrumpida en el pais bajo supervición del Estado, que manifiesten expresamente su voluntad para obtener la nacionalidad boliviana

Es tramitada en la Oficina Central o ante Administraciones Departamentales de la DIGEMIG y es otrogada por la Presidenta o Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia mediante Resolución Suprema


Convalidación de nacionalidad boliviana por matrimonio

Convalidación de nacionalidad boliviana por matrimonio para quien necesite esta información y quiera saber los pasos legales para hacer esto

Podran solicitar la convalidadción de la nacionalidad boliviana las personas extranjeras que hayan contraido matrimonio con boliviana o boliviano antes de la vigenciadel D.S. N° 24423 de 29/11/1996 que se encuentren en situación legal en el pai, con dos ( 2 ) años de permanencia ininterrumpida bajo supervisión del Estado, que manifiesten expresamente su voluntad para convalidar la nacionalidad boliviana  y cumplan los requisitos
 
Es otorgada por la DEGEMIG

Este derecho no se perdera en caso de divorcio o viudez


Reconocimiento de nacionalidad boliviana

Reconocimiento de nacionalidad boliviana información para quien precissa saber

Aplica a las solicitudes de reconocimiento de nacionalidad boliviana y de aquellas personas nacidas en el exterior de madre o padre boliviano mayores de dieciocho ( 18 ) años que no hayan accedido al registro civil de su nacimiento en las Reporesentaciones Consulares de Boliva en el extrerior y que esten imposibilitadas  de trasladarse a territorio bolivano al no contar con documento de viaje; o aquellas que siendo menores  de dieciocho ( 18 ) años esten imposibilitadas de registrar su nacimiento en los Consulados de Boliva en el exterior o en el Servicio de Registro Civico ( SERECI ), debido a algún impedimento para obtener su Certificado o Partida de Nacimiento del lugar donde hayan nacido; o personas nacidas en el exterior, que ingresaron a territorio bolivano y obtuvieron directamente la Cedula de Identidad boliviana, sin contar con registro de partida de nacimiento en el Servicio de Registro Cívico ( SERECI )  ( anteriormente denominado Oficina de Registro Civil ) y no existen registros de su naturalización en la Dirección General de Migración o en el Ministerio de la Presidencia y que sin embargo de ello ejercieron derechos y obligaciones con la documentación otorgada antes de la emisión del Decreto Supremo Nro 24423 de 29 de Noviembre de 1996


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