El motorizado Buick modelo 1938 debía cumplir la función de transportar al magnate minero hacia las localidades de Uncía y Llallagua.
Víctor Montoya
Este autocarril de antaño, que los ferroviarios vieron pasar y repasar delante de sus ojos, con la boca abierta y el aliento sostenido en la garganta, se encuentra en el Museo Ferroviario del municipio de Machacamarca, a unos 30 km al sur, sobre la carretera interdepartamental Oruro-Potosí, donde se exhiben algunas reliquias de la época dorada de la historia del ferrocarril y el auge de la minería en Bolivia.
Un oasis en pleno altiplano
La población de Machacamarca, ubicada en la provincia Pantaleón Dalence, parece tener más árboles que habitantes. Es una suerte de oasis en pleno altiplano, con numerosos árboles frutales flanqueados por álamos, sauces, pinos y cipreses que, además de ornamentar las adoquinadas calles, cobijan el trino de distintas aves que arrullan y revolotean entre sus ramas.
Está claro que los empleados alemanes, estadounidenses e ingleses de la Empresa Minera de Simón I. Patiño, para hacer más llevadera su prolongada estadía en estas inhóspitas tierras, llenas de polvo, grava y viento, se dieron la tarea de arborizar la meseta, que en otrora parecía un territorio desolado como un desierto.
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No cabe duda de que la antigua estación de trenes de Machacamarca, emplazada en la llanura desde 1913 hasta 1921, contribuyó al transporte de las cargas de mineral, a falta de buenas carreteras para el tráfico vehicular, entre los centros mineros del norte de Potosí y la capital del folklore boliviano.
En la actualidad, en la misma estación donde antes funcionaba la maestranza del ferrocarril, atravesada por un laberinto de rieles que se pierden en el horizonte, se encuentra el Museo Ferroviario, en una especie de galpón de techo alto y paredes forradas con calamina, que abrió sus puertas al público el 13 de julio de 2005.
Las reliquias del Museo Ferroviario
El museo, actualmente administrado por la Alcaldía municipal, es una verdadera atracción turística capaz de transportarnos, a través de una interesante colección de piezas de incalculable valor histórico, hacia el memorable pasado de la industria minera del país, que tuvo su mayor apogeo durante las primeras décadas del siglo XX.
En el Museo Ferroviario, no muy lejos de los árboles de frondoso follaje y herrumbrosos desechos olvidados sobre los rieles, se exponen locomotoras de diferentes modelos y tamaños, unos vagones que durante la Guerra del Chaco sirvieron también para transportar a los soldados bolivianos hacia los frentes de batalla, una maestranza donde se realizaban trabajos de mantenimiento de la empresa ferroviaria, con torno, martillo eléctrico mecánico, prensa y otras herramientas muy bien conservadas y, para rematar el recorrido por sus ambientes colmados de maquinarias y recuerdos, una muestra de fotografías antiguas que reflejan la memoria de los trabajadores y sus familias.
Aquí mismo, entre el legado histórico del ferrocarril boliviano, se encuentra estacionada la primera locomotora alemana que arribó a la ciudad de Oruro (1912), la locomotora a vapor No.
12 (1944), la locomotora Sulzer No. 20 (1956) y, entre estas imponentes bestias forjadas en hierro, lo que más llama la atención del visitante es el lujoso autocarril Al Capone, que perteneció al Barón del Estaño Simón I. Patiño.
El autocarril del magnate minero
El motorizado Buick modelo 1938, que fue importado desde Estados Unidos hasta Machacamarca en 1940, debía cumplir la función de transportar al magnate minero hacia las localidades de Uncía y Llallagua, donde las minas de estaño lo habían convertido de un muerto de hambre a un hombre de negocios a escala mundial.
El autocarril, que se desplazaba como una periquita por las pampas y faldas de los cerros, atravesando puentes y túneles construidos sobre la base de alta ingeniería, fue bautizado con el nombre Al Capone, por la semejanza con el automóvil que usaba el capo de los gánsteres de Chicago, con la diferencia de que el vehículo adquirido por Patiño fue adaptado para su desplazamiento sobre rieles y no sobre ruedas de caucho.
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Este portento de la creación humana, digno de ser exhibido en cualquier museo del mundo, para el deleite de los curiosos que desean conocer los curiosos gustos de un hombre forrado de dinero, está compuesto de una carrocería Fisher Body Corp. Job No. 8630, Body No. 355; dos faroles delanteros, un asiento delantero, un asiento trasero, dos asientos auxiliares, cuatro puertas, un tablero de control y un miriñaque.
El motor es a gasolina 8L (8 cilindros), sistema de arranque, sistema de admisión de aire, sistema de escape, sistema de alimentación, sistema de refrigeración, sistema eléctrico. La transmisión cuenta con una caja de velocidad automática, una corona, un cardan, frenos, bogue delantero y eje trasero. Todo lo demás está hecho sólo para mirar y no tocar.
El Cadillac de Al Capone
Estando al lado de este fabuloso coche, en cuyo laqueado uno puede reflejarse de cuerpo entero como en un límpido espejo, es difícil no pensar en el mítico gánster estadounidense Alphonse Gabriel Capone, más conocido como Al Capone o Scarface (Cara cortada), apodo que recibió debido a la cicatriz provocada en una riña por faldas en la que su rival le cortó tres veces la cara con una navaja de resplandeciente filo.
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Desde entonces, la historia del coche de Al Capone se hizo extensa debido a que era uno de los primeros blindados que se camuflaba entre los automóviles de la Policía y algunos ejecutivos por su inconfundible color, pintado en verde con los pasos de rueda en negro, igual que otros 85 autos del Departamento de la Policía de Chicago.
El coche blindado a prueba de balas, perteneciente al mafioso más mentado del crimen organizado, se deslizaba sobre sus ruedas con una potencia de 90 caballos de fuerza y una caja de trasmisión manual de tres velocidades.
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Entre sus puntos fuertes del Cadillac estaban los vidrios antibala, con una pulgada de espesor, tenía sirenas y emisoras, sus cuatro frenos eran de tambor y la suspensión trasera de ballestas semielípticas. En la parrilla delantera llevaba ocultas un par de luces rojas intermitentes y en la ventanilla trasera tenía un orificio para sacar el cañón de una ametralladora liviana y disparar ráfagas a diestra y siniestra.
Cuando Al Capone fue detenido por la Policía en 1931, acusado por evasión de impuestos y posteriormente condenado a pasar el resto de sus días en la prisión de mayor seguridad llamada Alcatraz, el coche fue confiscado y pasó de mano en mano, paseándose por las carreteras de diferentes países. No faltan quienes aseveran que incluso el expresidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt, llegó a usar el famoso Cadillac del gánster más famoso de todos los tiempos.
Un extravagante deseo
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Se sobreentiende que el carrocero alemán fabricó esta maravilla para concretizar una de las extravagantes ilusiones del potentado minero, quien, embobado de ver que sus ganancias se multiplicaban en los tableros de la bolsa de valores de los bancos europeos y norteamericanos, no sabía en qué dilapidar su dinero.
Así que un buen día se le ocurrió la idea de darse el gustito de comprarse un autocarril para que pudiera recorrer, como deslizándose por una autopista continental, por las pampas y laderas de los cerros del altiplano, cuyos yacimientos de estaño lo convirtieron en uno de los 10 multimillonarios del mundo.
Fotos periodico Página Siete |
Si algunos se preguntan por qué el magnate minero mandó a fabricar un coche parecido al Cadillac de Al Capone, lo más probable es que las respuestas sean tantas como tantos son los visitantes del museo, aunque yo me quedo con sospecha de que este autocarril, cuyos principales atributos eran la elegancia y la velocidad, le fascinó a Simón I. Patiño desde que se enteró que con este coche, diseñado al mejor estilo de los mafiosos norteamericanos, no sólo le serviría para huir de la pobreza como una fugaz liebre, sino también porque él sería el único en lucir este formidable objeto en un país que bostezaba de hambre.