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Bolivia y Paraguay después de la guerra

Nota de prensa publicada en el periodico Página Siete el dia 28 de Enero de 2018 en la sección Ideas

Una revisión a las relaciones diplomáticas entre Paraguay y nuestro país a partir del libro Después de la guerra. Las relaciones paraguayo-bolivianas desde el Tratado de Paz hasta 1952.

Gonzalo Mendieta Romero Abogado

Recién leo un libro publicado en 2013, cuya lectura recomiendo. Titula: Después de la guerra. Las relaciones paraguayo-bolivianas desde el Tratado de Paz hasta 1952, del diplomático e historiador paraguayo, Ricardo Scavone Yegros (Editorial El País, Santa Cruz).

Los intereses bolivianos en el Plata

Las bondades del libro bastarían al contar los denuedos bolivianos por una salida por el río Paraguay, sus acuerdos con Uruguay y Paraguay para eso (no es cierto, se ve, que el pasado nacional es puro oprobios y estupidez). Para el canciller boliviano de fines de los años 30 e inicios de los 40, Alberto Ostria, estaba claro que la riqueza boliviana debía salir por el Río Paraguay, como hace hoy en gran parte, y así lo plasmó en los acuerdos de octubre de 1939 suscritos con el canciller paraguayo Prieto.

Los acuerdos tuvieron tal éxito en el largo plazo que un excanciller nuestro una vez me dijo si había pensado en cómo le cae a la Argentina que nuestro comercio del oriente salga por el río Paraguay, cuando Buenos Aires siempre imaginó que Bolivia sería tributaria de sus puertos e infraestructura.

Villarroel, Paz Estenssoro y Augusto Cespedes en Paraguay
Foto periodico Página Siete

De reojo también pueden advertirse los esfuerzos bolivianos, por ejemplo los del excanciller Ostria Gutiérrez, de lanzar a Bolivia hacia el Plata, mejorando sus relaciones con Paraguay y Uruguay. Con Paraguay, para relanzar las iniciativas de ayuda económica que los beligerantes de la Guerra del Chaco recibieron como promesas de los países garantes de la paz. Esas iniciativas, como el acercamiento boliviano al Plata, no gustaban mucho a Chile y Perú, por lo visto más partidarios de una Bolivia esclavizada al Pacífico, eso sí, sin puerto propio.

El libro revela la mirada prevaleciente, por ejemplo del Paraguay, gustoso de no llevarse mal con Bolivia, “evitando cuidadosamente lanzarse a la esfera delicada y riesgosa de la política general o regional, sin previa consulta del programa a los otros países, de suerte a evitar lógicas suspicacias”, como dice una comunicación del canciller paraguayo a su ministro en la Paz, en 1940. De ahí se explican las noticias que exhiben la influencia chilena en la región, por ejemplo para hacer un corredor que pasa por el Paraguay, sigue por Argentina y llega a Chile, y elude exitosamente el territorio boliviano.

Bolivia y Paraguay alentaron promover en 1940 la conferencia de los países del Plata. El ministro paraguayo en Buenos Aires informaba que en los países del Pacífico “se creía que la pretensión de desviar artificialmente los cauces dictados por la geografía carecería de eficacia práctica, salvo que (Bolivia) estuviera persiguiendo fines más políticos que económicos”. Chile y Perú, en concreto, “no disimularon su desagrado por su exclusión de la Conferencia lo que atribuían a “ocultos designios de Bolivia”. Entre esos ocultos designios, el apoyo “a sus aspiraciones portuarias sobre el Pacífico, nunca jamás muertas del todo”.

No falta por eso en el libro el embajador boliviano que se queja de las insidias de su par chileno en Asunción. Los dos países vivían ya combatiendo (como predijo el expresidente Mariano Baptista en la conferencia del Lakawana) sordamente por las amistades en la región, como daba cuenta el embajador boliviano en Paraguay, Guillermo Francovich, en el último destino público, fuera de ser rector de la Universidad de San Francisco Xavier, que tuvo la carrera en Bolivia de ese ilustre pensador.

Estigarribia y Busch

Estigarribia, el conductor militar paraguayo en el Chaco, puso su prestigio como político y presidente al servicio de la paz y del fin de la bronca entre nuestros países. Como en Bolivia, en Paraguay pocos querían comprometerse con los arreglos de paz, que para la mirada paraguaya significaron renunciar al futuro petrolero y a territorios ocupados por la victoria militar. Lo mismo que en Bolivia, donde la paz fue juzgada a través de mapas, alegatos y títulos coloniales. En el Chaco, el arbitraje de terceros países fue un modo de hacer más digerible el acuerdo final entre ambos países, o, mejor, entre sus endebles clases políticas (no por nada, para el diferendo con Chile se ha pensado en la ayuda de terceros, sea Estados Unidos, Brasil, Colombia, Uruguay o el Papa).
Foto periodico Página Siete

La muerte de Estigarribia en septiembre de 1940, en un accidente de aviación, iluminó también el respeto boliviano por ese gran rival. Su memoria fue honrada por la visita de una misión militar boliviana, en agosto de 1943, a la hija de Estigarribia. De esa misión participaba, como un anuncio histórico, el que meses después sería el presidente Villarroel. Dirigida por el general Antenor Ichazo, la misión visitó a la hija del Mariscal Estigarribia, en una página de lustre entre nuestras naciones, como las lágrimas de la hija de Estigarribia al despedir al general Ichazo.

Como Estigarribia para los bolivianos, Germán Busch dejó estima en los paraguayos. Su embajador en Bolivia informaba en agosto de 1939 que para él Busch se suicidó “a consecuencia de una fuerte depresión y profundo desequilibrio nervioso” (reporte que, si bien de segunda mano, secunda adicionalmente la tesis del historiador Robert Brockmann, rebatida con más hígado que razones).

Por su parte, el embajador boliviano en Asunción informaba que “muy rara vez un jefe de Estado habrá merecido tan alto grado de simpatía y de admiración de un país extranjero como el que había alcanzado en el Paraguay el extinto expresidente. Se le tenía acá por un héroe auténtico durante la guerra y por el más leal de los amigos en el advenimiento de la paz”.

El petróleo boliviano

El petróleo fue clave para las relaciones con Paraguay, y con Brasil y Argentina, al punto que se tiene la impresión de que aunque estas dos naciones pagan bien por el gas, geopolíticamente presumen que las reservas bolivianas de hidrocarburos son suyas. El autor lo corrobora, con un ejemplo de 1939, cuando: “la embajada paraguaya en La Paz informó que ‘el Brasil no veía con buenos ojos las gestiones para la provisión de petróleo boliviano al Paraguay, pues tenía interés en absorber todo ese petróleo en su propio mercado’” (si me apuran, diría que en Bolivia también el discurso nacionalista ingenuo puede ser funcional a los intereses de las potencias regionales, como el liberal era a los estadounidenses).

A la vez, los Estados Unidos creían que ese plan de exportación de petróleo boliviano a Paraguay era parte del deseo alemán de incrustarse en Bolivia, manejando sus exportaciones de petróleo.

Alemania jugó un papel clave en el comercio boliviano en esos años, como describe el historiador Leon Bieber en uno de sus libros. Y las relaciones de Bolivia estaban contaminadas con Estados Unidos por la nacionalización de la Standard Oil, que una parte de la política boliviana no quería indemnizar (lo que ahora es moneda corriente supuso polémica y desgaste en los años 30 y 40).

De una charla de Ostria Gutiérrez con el ministro paraguayo en La Paz, se ve que ni los liberales como él defendían a la Standard Oil. Ostria decía: “En el asunto de la Standard hay más que un pleito, hay una cuestión que afecta a la nación entera, de orden político y social. La conducta de la citada compañía ha sido tan criminal que hasta las piedras de Bolivia se levantarían si alguien hablase de devolverle sus yacimientos”.

Quizá algún día se pueda mejor evaluar las consecuencias de la política petrolera en Bolivia y cuánto los Estados Unidos embromaron su relación con Bolivia por temas ajenos a sus intereses más estratégicos (si es que los tenía). La Standard, el estaño, la coca se sucedieron en el distanciamiento entre nuestro país y la potencia del norte.

El recelo

El petróleo, que muchas veces Bolivia quiso venderle (hasta cuando no tenía) a Paraguay, suscitó el recelo de los paraguayos por las intenciones bolivianas, recelo que nunca abandonaron del todo, según parece transmitir entre líneas el autor. Al menos un sector paraguayo, no el liberal que se había jugado por la paz, sino el colorado y el nacionalista.

Por ejemplo, a raíz de los preacuerdos de venta de petróleo al Paraguay que suscribió la naciente YPFB en esos años, finalmente ineficaz, entre otras cosas porque en él trabajaron poco las cancillerías. Esto me indujo a pensar en la necesidad de una cancillería que funcione, a diferencia de hoy. El recelo paraguayo renacía también por la posición de presidentes como Carlos Quintanilla, quien para los paraguayos era revisionista del Tratado de Paz, aunque finalmente no lo fue.

El recelo no era solo paraguayo, hay que decirlo. Según el libro, Bolivia temía que los paraguayos estuvieran, en la Guerra y después, detrás del “movimiento secesionista cruceño”, como informó el embajador Carlos Salinas Aramayo (fusilado en 1944) al canciller Aniceto Solares el 13 de junio de 1940.

La historia boliviana en los ojos del Paraguay

La Bolivia prerrevolucionaria se pinta también en los reportes de la diplomacia paraguaya. Alude a los oficiales jóvenes, acaudillando el golpe de diciembre de 1943 en La Paz, enconados contra sus jefes, a quienes imputaban la derrota en el Chaco.

La mirada larga paraguaya decía que terminada la II Guerra Mundial, Bolivia no tendría qué vender al mundo, como efectivamente pasó, pues estuvo al borde de que ni los Estados Unidos quisieran el estaño que les sirvió en la II Guerra.

Aparece el Chueco Céspedes, embajador en Paraguay, y la visita de Villarroel a Asunción (primer presidente boliviano en visitar la capital paraguaya), en la que éste afirma ufano que “terminaría con el dominio de las grandes corporaciones en Bolivia”. Paz Estenssoro, como Ministro de Hacienda, (en otro anuncio histórico) fue parte de esa visita.

Luego de los colgamientos de julio de 1946, Víctor Paz se asiló en la embajada paraguaya en La Paz. El embajador paraguayo lo salvó de un colgamiento seguro, cuando un gentío fue a sacarlo de la residencia paraguaya. Fue en septiembre de 1946, cuando los colgamientos del mayor Eguino y el capitán Escobar. El embajador paraguayo Manzoni “extendió en el piso, a la entrada del edificio de la misión diplomática, la bandera paraguaya”.

Luego llamó al jefe de Estado mayor del ejército y le dijo que luego de una guerra, si algo pasaba con la embajada paraguaya, habría una reacción peligrosa. Paraguay salvó la vida de Paz Estenssoro, en un suceso que el autor recupera del libro del escritor tarijeño Eduardo Trigo sobre Paz Estenssoro.

Pocos años después de la visita de Villarroel a Asunción, el ministro paraguayo en La Paz informaba que la salida de Hertzog de la presidencia no fue muy voluntaria, que los sectores militares duros presionaban por una salida más fuerte, y que el expresidente Hertzog sufrió un “forzoso confinamiento” en Yungas (como yo escuchaba en los años 70 cuando era niño, de boca de los mayores). El embajador paraguayo también en 1951 predecía que el desconocimiento del triunfo del MNR en las elecciones de 1951 “abre el camino a la violencia”.

Un buen libro

Se advierten en este libro lo que un diplomático boliviano llamaba “las definidas similitudes psicológicas de nuestros pueblos, que han conservado una peculiar personalidad nacional”. El libro lleva a pensar en los “ortodoxos del patriotismo, que casi siempre “esconden detrás de sus poses declamatorias algún sórdido interés”, como escribía el militar paraguayo, padre de Luis González Quintanilla, en su libro de 1947.

El autor remata con un examen de la diplomacia de las buenas intenciones, sin políticas y armazones que las sostengan, en dos países “cuya fatalidad no fue el haberse encontrado frente a frente en la trinchera, sino el haberse desconocido mutuamente por largas generaciones” como dijo bellamente el presidente Enrique Peñaranda, en un encuentro en Villamontes con el presidente paraguayo Morínigo, en noviembre de 1943, un mes antes de caer el boliviano de la presidencia.

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