Nota de
prensa que sali publicada en el periodico Página Siete el día domingo 13 de febrero de 2022 en la sección ideas y subsección Letra Siete en las páginas 14 y 15
En su libro “Porque fui a la guerra”, el exexcombatiente narra las percepciones sociales de su época, cuenta las inquietudes en el campo de batalla y aborda el tema latente del racismo.
Freddy Zárate
Hace 86 años atrás, en junio de 1935, terminaba la contienda bélica más larga del siglo XX que enfrentó a Bolivia y Paraguay en la llamada guerra del Chaco (1932-1935). Este acontecimiento bélico marcó a varias generaciones en el plano social, cultural y político, llegando a tener múltiples apreciaciones y que de alguna medida sigue gravitando sobre nosotros en la actualidad.
Para contextualizar el periodo posguerra del Chaco, recurrimos al historiador y diplomático Jorge Siles Salinas (1926-2014), quien en su estudio sobre La literatura boliviana de la guerra del Chaco (La Paz: Ediciones de la Universidad Católica Boliviana, 1969) asevera que “todos los relatos de la guerra fueron publicados inmediatamente después de su terminación, entre los años 35 y 38, como si sus autores se hubieran sentido apremiados en comunicar cuanto antes, las impresiones imborrables que en los años anteriores les tocó vivir”. Esto explica la amplia y variada bibliografía concerniente a la guerra del Chaco.
Pero, paradójicamente, las secuelas de la guerra tuvieron dos miradas contrapuestas en el campo de las letras. Por un lado, la literatura que se encuentra dentro del “canon”, aquella que es aceptada, difundida y estudiada, como, por ejemplo, Repete (Jesús Lara), Sangre de mestizos (Augusto Céspedes), Aluvión de fuego (Oscar Cerruto), Prisionero de guerra (Augusto Guzmán), La punta de los 4 degollados (Roberto Leitón), entre otros. Y en la otra orilla, se encuentran los libros que pasaron a ocupar el sitial del olvido y la indiferencia como Esclavos y vencidos (Claudio Cortez), Mariano Choque Huanca (Luis Landa Lyon), Chaco (Luis Toro Ramallo), y otros. A esta lista se suma el nombre de Modesto Saavedra, que merece que se le preste especial atención por su testimonio de excombatiente del Chaco y su postura regionalista que llegó a perturbar a los detentadores del poder.
Porque fui a la guerra
El libro de Modesto Saavedra, Porque fui a la guerra (tributo a una ideología), se publicó en Buenos Aires el año 1937. En realidad, debemos hablar de dos partes perfectamente diferenciadas: el diario de la guerra del Chaco y su propuesta de independencia de Santa Cruz de la Sierra. Por razones de espacio, en esta primera parte nos ocuparemos del diario de campaña de Saavedra, que tiene como punto de partida el año 1928.
En ese tiempo -escribe Saavedra-, “se creía inminente el encuentro entre Bolivia Paraguay por el viejo litigio del Chaco”, debido al enfrentamiento de ambas patrullas en el fortín Vanguardia: “Como resultado de ello, Bolivia se posesionaba a bayoneta limpia y en represalia del fortín Boquerón. Fue entonces que las fuerzas activas del ejército de Bolivia marcharon a pasos agigantados, unas en dirección al S. E. y otras hacia el Oriente, mientras ya se podía contar un puñado de soldados muertos en las lejanías chaqueñas”.
Según narra Modesto Saavedra, el incidente en el fortín hizo que la juventud “nacida en una tranquila cuna” se “desabrochara el paletó para vestir uniforme militar y correr con sed de triunfos en busca de un enemigo contra quien vengar los primeros caídos en el doloroso contraste de la contienda”.
Otro dato distintivo de la época, es el ambiente psicosocial, que estuvo caracterizado por ser una “masa gritona y nerviosa, presa de horas largas de exaltación”, que veían como destino las arenas del Chaco. Como dato personal, Saavedra indica que su madre se opuso a su enrolamiento en el ejército por no tener la edad suficiente y no pudo convencer al “milico” de ello, “pues tenía noticias el tal oficial de que yo era un enemigo irreconciliable de los collas y debía por ello viajar al teatro de las próximas operaciones bélicas”.
Al respecto, el autor puntualiza su mirada a occidente: “Yo no tuve jamás una palpitación de odio para el colla, por lo mismo que la verdad sombría de nuestro antagonismo no la había llegado a comprender todavía en toda su desnudez. Además, si odio puede llamarse a la no comprensión o, mejor dicho, conjunción de pareceres, a las diversas discrepancias de criterios, no puede ser más errado el concepto. De todas maneras, lo cierto es que, a medida que el contacto me llevaba a estrecharme con el elemento de Occidente de Bolivia, nacía espontáneamente en mi alma el reproche olímpico para todos aquellos hombres que habían hecho de Oriente materia de indiferentismo, en cuanto a sus necesidades y de escarnio a su sociedad. A medida que fui adentrándome en el espíritu de aquellos hijos del sol, fui entendiendo también que éramos dos pueblos distintos hasta en el sol que nos alumbra”.
Fortín Vanguardia
Modesto Saavedra fue anotando y registrando varios episodios de la guerra del Chaco. Es así que llegó a conformar una especie de diario de campaña, en el que cuenta sus travesías en el fortín Vanguardia: “Una sola mañana de caminata. Ahí están los 5 héroes acribillados a balazos por los paraguayos, bajo las sombras de la noche”. Ante el sombrío panorama, uno de los oficiales le dice: -“A Saavedra es necesario enseñarle, a toda prisa el manejo y nomenclatura de una ametralladora: es estudiante y fácilmente llegará a ser un buen soldado”. Con un tufillo elitista, Saavedra se lamenta que en todas direcciones se encuentran soldados aymaras y quechuas; “por esta vez, son nuestros maestros”, señala.
Vestido de uniforme caqui, Saavedra recuerda que “se encontraba listo para entrar en acción, mimetizándose con las enramadas y arenales. Con este traje nos hallamos indiscutiblemente bajo órdenes incaicas y pospuestos al último escalón de las gradaciones zoológicas: como tercera persona después del perro”. Según registra el autor, había “50.000 mandones o indios que sabrán acertar muy bien sus bofeteadas desde el estómago para arriba. Mientras recibimos toda clase de enseñanzas y maltratos… en Washington se ha de arreglar la discrepancia entre los dos pueblos”.
Desde su llegada al fortín Vanguardia pasaron varias semanas, en las cuales Saavedra revela que su estadía estuvo llena de infortunios personales, recurrentes golpes, marchas, traslados y escasa alimentación: “Esta vida continuó durante medio año sin haber cambios favorables para las tropas en este sector, hasta que, por merced a la suerte, se llegó a un arreglo entre ambos países: Paraguay refaccionaría a Vanguardia y Bolivia entregaría Boquerón, teniendo que permanecer en statu quo el problema chaqueño”. Como se sabe, el presidente Hernando Siles apeló la vía diplomática, llegando a apaciguar la tormenta bélica con la firma de un acta de conciliación entre los países involucrados.
Segunda partida al Chaco
A medidos de 1931, Modesto Saavedra indica que tuvo una alarmante sentir que “no podía precisar, pero temía; era algo, repito, que empezaba a inquietarme, sin poderlo descifrar. ¿Era la guerra? No lo sé. Lo cierto es que por encima de una fingida tranquilidad en que vivía el pueblo, negros presagios nos hacían palidecer, pero pensábamos a la vez que la paz y el progreso serían el lema de Bolivia”.
Pero se hacía cada vez más frecuente -dice Saavedra- escuchar a civiles y militares las siguientes frases: “pisar fuerte en el Chaco”, “con diez mil hombres en el Chaco podemos dar valor a nuestros derechos”, “el militar boliviano es el mejor de América”, “Ejército disciplinado”.
Pasado un tiempo, el vaticinio de una guerra se hizo presente el año 1932, con el acontecimiento de Laguna Chuquisaca, o Pitiantuta, la cual condujo a la movilización del ejército del boliviano: “La efervescencia cívica cundió en todos los ámbitos de la nación y entre la marcialidad de las bandas de música y el sarcástico repique de campanas, los hombres pedían a voz en cuello la salvación del honor nacional”.
Finalizada la guerra, Modesto Saavedra se pregunta: “¿Por qué fui a la guerra?, ¿por aventura juvenil?, ¿por curiosidad?, ¿por patriota?”. A lo que responde: -“Más la verdad es que creí como creyó el pueblo entero de Santa Cruz de la Sierra y como creyeron el Beni y todos los pueblos y comarcas del oriente, que llegaba la hora para aquellos que hasta ayer se acribillaban con miradas de fuego, en un antagonismo de raza, de darse la mano en señal de confraternidad ampliamente boliviana, para marchar todos en pos de una sola causa y de común acuerdo en sentimientos y en ideas”.
Volviendo al diario de Saavedra, se puede advertir de manera reiterada sus reflexiones sobre la existencia de dos miradas sobre Bolivia: “¿Qué sabían los hombres del altiplano de nuestras necesidades gritadas diariamente; de nuestras costumbres castellanas; de nuestro lenguaje; de nuestros modismos; ideales; inquietudes y, en fin, de nuestro espiritualismo?”. Del mismo modo, Saavedra contrapone su pregunta: -“Nosotros ¿qué sabíamos de ellos…?”.
Las inquietudes de conocer al otro -es decir a los de occidente- fue uno de los motivos que empujó a Saavedra al Chaco: “A la trinchera fui con todos los orientales, con el corazón en la mano, sin reclamar nada, sin lanzar protesta, sin exigir condiciones de ninguna índole, en busca del corazón del colla”.
Pero la firme convicción de Saavedra se fue diluyendo por los conflictos étnicos latentes en las trincheras del Chaco: “Desde hacía tiempo comprendía este problema: pero lo suponía aparente, por lo mismo que las circunstancias me privaron de conocer mejor. La guerra del Chaco para mí ha sido la más amarga decepción, el más trágico desencanto, porque a pesar de la mortandad en la pelea, el antagonismo siguió en pie; es decir, que antes de hermanarse los hombres en esta desgracia, las pasiones se ahondaron y nos disgregamos más; tal es una de las irrefutables verdades que nos ha dejado la guerra”.
Fragmentos del campo de operaciones
“Los caminos que ayer conducían al Chaco trazados en pizarras por el mismo puño de nuestros hombres, no se encuentran. Primer engaño sufrido por la palabra de nuestros militares que se jactaban en las ciudades de haber cruzado el terreno con redes inconfundibles de caminos. Traidoras mentiras”.
“Tenemos fuerzas para soportar la sed y el hambre, aún cuando sea en disputa con la muerte misma; el sol calcinante, el agua putrefacta y el lodo profundo nos permiten avanzar 20 Km por día. Nuestros jefes y oficiales se hacen abrir paso con las tropas…”.
“Ya en Camacho podemos apreciar los saludos de muchos camaradas inscritos en los árboles de los lugares de paso. Estamos a 50 Km. de Corrales; allí están frente a frente parte de los ejércitos en lucha…”.
“La marcha continua todo el día… Nuestros jefes presienten un encuentro decisivo… Tenemos que llegar mañana al teatro de la matanza y de inmediato comprobar la calidad del armamento con que estamos munidos… Se nos ordena entrar en las trincheras y se nos provee de ración seca para empezar a actuar… El estruendo de cañones y tableteo de las ametralladoras, a la distancia, es incesante… Cada vez arrecia más y todo huele a muerte, a humo… Todo es alarido y exclamación grotesca. Frente a la orden palidecemos… Ninguno pretende profanar aquel momento de muerte que se avecina, tal vez hoy, tal vez mañana…”.
A manera de conclusión
El testimonio del excombatiente Modesto Saavedra resulta, sin duda, una mirada sugestiva que, en la actualidad despertará gran interés por parte de los estudiosos de la guerra del Chaco. Ya que, la narrativa de Saavedra nos recuerda que el conflicto del Chaco empezó en 1928, y tuvo una breve pausa, que estuvo cargada de intrigas e inestabilidad política, hasta que se volvió a retomar las armas en 1932.
El libro refleja percepciones sociales de su época, inquietudes en el campo de batalla y el tema latente del racismo. En este último caso, su enfoque no está centrado en denunciar la discriminación a los aymaras o quechuas, tal como lo describieron, por ejemplo, Jesús Lara en Repete o Luis Landa Lyon en Mariano Choque Huanca, sino que muestra el racismo a la inversa, es decir, a los soldados de oriente que sobrellevaron el rechazo y segregación en las arenas del Chaco. Estos aspectos de cuño regionalista -entre occidente y oriente- merecen ser estudiados en su verdadera magnitud, para no recaer en una mirada netamente de occidente. Por eso la gran importancia del excombatiente Modesto Saavedra que merece una nueva relectura frente a la gran injusticia de la historia. Pero aún tenemos tiempo para repararla.
Freddy Zárate Abogado
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