Nota de prensa que salio publicada el día domingo 16 de Enero de 2022 en la sección ideas y la subsección letras en las páginas 12 y 13
Un relato de esa conflictiva época fue rememorado por Jesús Taborga en el libro “Fuga de la prisión verde. Alto Madidi: un campo de concentración de la dictadura de Banzer”.
Freddy Zárate
A mediados del siglo XX, el escritor cochabambino Ricardo Bustamante afirmó que “los sucesos limitan el tiempo, como las cosas limitan el espacio. El tiempo sin sucesos es la nada, y el espacio sin existencias se convertiría en la fuerza expandida al infinito, pero siempre ponderable y dispuesto a reaparecer, para condensarse nuevamente”. En la actualidad, muchos episodios de la historia contemporánea se fueron olvidando por la memoria colectiva, o en otros casos son rememorados de manera parcializada. Ante la amnesia social, quedan los testigos de la historia, aquellos que lograron registrar testimonios y remembranzas de los tortuosos senderos de la dictadura castrense.
El informe de 1976
A mediados de los años 70, la COB promovió la publicación del informe sobre la Violación de los Derechos Humanos en Bolivia (1976), en el cual denunciaron los atropellos cometidos por el gobierno de facto del coronel Hugo Banzer Suárez. Dentro de las diversas acusaciones reveladas en el informe, se encuentra la apertura de campos de concentración y centros carcelarios en distintas partes del país.
El texto menciona, por ejemplo, el campo de concentración de Alto Madidi, que fue habilitado en el mes de septiembre de 1971 para “resguardar” a varios presos políticos: “Allí fueron trasladados más de 60 presos políticos, obligados a construir su propia vivienda. La intención del gobierno era en principio habilitar un gran campo de concentración. Pero la acción decisiva de algunos presos, ayudados por los propios soldados que custodiaban dicho campamento, frustró toda esta intención. En el mes de noviembre, luego de tomar el campamento, lograron capturar un avión y fugar al Perú. Esta acción fue calificada por el gobierno como financiada y ayudada por extranjeros. Tratando de ocultar la inseguridad de su propio campamento que por guardar condiciones insalubres se encontraban imposibilitados de mantener custodias”.
La Comisión de la Verdad
En marzo de 2021, la Comisión de Verdad, tras más de tres años de investigación sobre los delitos de lesa humanidad perpetrados por los gobiernos militares (1964-1982), entregó como acto de desagravio un extenso documento de 11 volúmenes al presidente del Estado Plurinacional. Paralelamente a ello, la Comisión presentó el libro Memoria histórica de las investigaciones. Dictaduras 1964-1982 (La Paz, 2021), un compendio de la ampulosa investigación. En el punto referido a las “características de los centros de detención clandestina” bajo la dictadura de Banzer, indican que se instauró el campo de confinamiento en Alto Madidi.
Hay que indicar que este pasaje del texto es llamativo por la presunta “indagación” de la Comisión, que, en este punto, prácticamente se limitó a transcribir fragmentos del informe Violación de los Derechos Humanos en Bolivia de 1976, y sin citar fuente alguna reprodujeron lo siguiente: “Allí fueron trasladados más de 60 presos políticos, obligados a instalarse en ese inhóspito lugar. La intención del gobierno era en principio habilitar un gran campo de concentración. Pero la acción decisiva de algunos presos, ayudados por los propios soldados que custodiaban dicho campamento, frustró toda esta intención”. ¿Un descuido de los integrantes de la Comisión de la Verdad?
El testimonio de Taborga
Saliendo del esquema de los informes mencionados, se puede encontrar testimonios de presos políticos que estuvieron en Alto Madidi. Un relato de esa conflictiva época fue rememorado por Jesús Taborga, quien llegó a publicar el texto Fuga de la prisión verde. Alto Madidi: un campo de concentración de la dictadura de Banzer (La Paz: Editorial Gramma, 2004). El autor inicia su relato indicando que a los pocos días que se consumó el golpe de Estado encabezado por Banzer, una docena de agentes del Ministerio de Gobierno, fuertemente armados, ocupando dos jeeps y monitoreados por dos infiltrados pasaron abruptamente a golpear la puerta de su domicilio: “¡Abran la puerta o la derribamos! ¿Entendieron, carajo? ¡Tenemos órdenes de entrar a esta casa! ¡Aquí se guarda armamento y se esconden socialistas y comunistas subversivos!”. Al ingresar a su morada vio cómo saqueaban sus pertenencias, llevándose libros, papeles y manuscritos.
Una vez detenido, fue conducido a la Dirección Nacional de Investigación Nacional (DNIC). Según Taborga, alrededor de 30 personas se encontraban junto a él, en la madrugada del 22 de agosto de 1971: “Maniatado y fuertemente custodiado (…) me encontré enseguida con dirigentes de organizaciones obreras, políticas y populares. Las celdas eran sucias y diminutas, pero aun así teníamos que caber todos en ella”. El desprecio de parte de sus captores fue traducido en amenazas y acusaciones constantes, “sobre todo -dice Taborga- de un oficial adiestrado en algún cuartel con instructores de pésima cultura cívica y patriótica”. La peculiar perorata -entre el militar y los civiles- tuvo el siguiente tono: “¡Ahora verán lo que es gobernar! ¡A ustedes, los comunistas, les vamos a enseñar a defender la patria! ¡Les vamos a enseñar a postrarse ante los símbolos patrios, a venerar y respetar a nuestros héroes nacionales, como Busch, Villarroel y Barrientos! ¡A defender la soberanía nacional frente a la intromisión de tantos libros extranjeros… a rechazar todas las ideologías foráneas…!”.
Entre otras cosas, las huestes militares se detenían a reflexionar a los detenidos: “Las Fuerzas Armadas se vieron obligadas a tomar la iniciativa de hacerse cargo del gobierno por el caos y la anarquía imperantes en el país. Que la tremenda situación de crisis se debía a la intervención de la izquierda, que no dejaba gobernar. Que, desde hoy en adelante, el país tomaría los rumbos de orden, paz y trabajo”. La violencia psicológica ejercida a los presos y el inhóspito lugar tuvieron como resultado: pesadumbre existencial, angustia y temor.
La permanencia de los presos políticos en la DNIC fue por una semana, hasta que llegó la orden “desde arriba” para trasladarlos. Primero les anunciaron que los soltarían y los custodiarían a sus casas “para que nadie les haga daño en el camino”. Luego del esperanzador anuncio, fueron violentamente introducidos a los jeeps que aguardaban en la calzada de la calle Ayacucho, frente al palacio de gobierno: “Encerrados en los vehículos y sin poder ver hacia afuera, dimos vueltas y más vueltas a la ciudad y no lográbamos arribar a nuestro destino”.
Limitados al capricho de sus escoltas, descendieron en la Base Aérea de El Alto, “circundados con una veintena de agentes fuertemente armados. Los motores de los aviones empezaron a encenderse (…). A la fuerza fuimos introducidos a la nava de dos hélices, con matrícula C-47, mientras otros presos, un tanto alejados del grupo nuestro, aguardaban a otros aviones que se alistaban para emprender vuelo”. Ya, en el avión del TAM (Transportes Aéreos Militares), fueron creciendo las dudas: “Pensé -dice Taborga- que podríamos ser arrojados desde los cielos a las selvas inmensas del trópico beniano. Sobre el caso, ya hubo una víctima: el guerrillero Jorge Vásquez Viaña fue aprehendido en 1967 y arrojado desde un helicóptero a los campos cochabambinos del Chapare. También se dice de otros prisioneros que, en épocas pretéritas, fueron botados al Illimani y al Titicaca”.
El viaje fue aproximadamente de una hora, para ellos era un momento de reflexión sobre la finitud del ser humano.
El destino, Alto Madidi
Siguiendo las impresiones de Taborga, se puede advertir que la primera reacción que tuvieron los presos al momento de pisar tierra fue ver un vasto territorio verde, indolente, húmedo y agresivo. La temperatura bordeaba los 40 grados centígrados: “El inmenso calor con humedad hizo que nos despojáramos de todas nuestras ropas de alturas, quedándonos casi desnudos. Anoticiados de nuestra llegada se concentraron para recibirnos bandadas de mosquitos, marihuises y toda clase de sabandijas que daban cuenta de nuestra desnutrida existencia”.
La hostil naturaleza hizo que surgieran las siguientes preguntas: “¿En qué lugar nos encontramos?”, “¿Qué crímenes cometimos para recibir este castigo?”, “¿Cuánto tiempo durara nuestra prisión?”. En poco tiempo, se enteraron que se encontraban en Alto Madidi, lugar ubicado en la provincia Iturralde, al norte del departamento de La Paz.
Ante los sombríos sucesos, Jesús Taborga manifiesta que llegaron a asimilar que se tenía que sobrevivir a la precaria situación: “En verdad que estábamos inaugurando un verdadero campo de concentración”. Al respecto, cabe recordar que el confinamiento de presos políticos en la región de Alto Madidi tuvo como antecedente previo bajo el gobierno de facto del general Juan José Torres (1970-1971). El funesto hecho fue registrado por el abogado, periodista y militante del Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR), Germán Vargas Martínez en el libro Alto Madidi. Testimonio de un confinamiento (La Paz: Ediciones Moxos, 1973).
Madidi: una prisión verde
La actitud de los vigilantes -armados con fusiles y ametralladoras- gravitó en recordar a los presos políticos que únicamente debían obedecer las órdenes. Una de las primeras labores que se les impuso fue la construcción de su propia prisión: “Se asignaron responsabilidades para cada grupo organizado: cortar la palma; acarrear al hombro las hojas de motacuses; alistar la madera; cavar los pozos; seleccionar bejucos y lianas durables; en fin, darle estructura y forma a la verde y única casona”.
Además, de cuanto en cuanto resonaba una voz que les ordenaba: “¿¡Formen filas, todos, aquí y ahora mismo! ¡Digan sus nombres, uno por uno! ...”. Con el pasar de los días, “la vida que llevábamos en aquel campamento -escribe Taborga- era infernal y monótona, febril, infame y desgraciada. Permanentemente custodiados (…), no podíamos formar grupos de a cinco sin que no intervinieran de inmediato nuestros guardianes”. Otro problema que alarmó a los presos fue ver caer a sus compañeros por inanición, paludismo, deshidratación, infecciones estomacales, fiebres con espasmo y vómitos. A esto se suma el constante peligro de la naturaleza que acechaba a sus alrededores.
Con respecto a la alimentación, Taborga asevera que era escasa: “Algunas veces teníamos que suplir nuestra alimentación con algunas lagartijas, culebras, zepes, armadillos, monos y pescados que circunstancialmente cazábamos de los alrededores. A las culebras desde el cuello le arrancábamos la piel de un solo tirón. Quedaban desnudas y era la delicia de algunos de los presos, una vez aderezadas en pacumutus (asador de madera) sobre la brasa”.
La constelación verdusca del Madidi y la férrea vigilancia de los guardias fue un factor determinante para que los presos miraran a su prójimo “en actitud de desconfianza (uno no sabe lo que piensa el otro) y también de lástima al no poder ayudarnos, y ¡sobre todo! no poder hablarnos libremente. ¡Cuantas palabras ahorramos en la selva mientras acumulábamos un mundo de inauditas inventivas! Debo afirmar que en la profundidad del bosque los gestos remplazaron a las palabras”, dice Taborga.
Ideando la fuga
Según advierte Taborga, el tiempo en la selva era imprecisa, “los días y las noches se suceden sin contabilidad ni sosiego. En ese verde laberinto, perdimos los nombres y las horas y los días, y el tiempo vivido era una sucesión de soles y de lunas de nunca acabar”. Pero al adentrarse a la espesura del bosque pudieron esquivar la mirada de sus guardias, este valioso espacio les sirvió para idear su fuga de Madidi. Un factor determinante para ello fue la amistad entablada entre Taborga con uno de los guardias: “En realidad, con el soldado sellamos un pacto de sangre, mentalmente, de ayuda mutua hasta alcanzar la liberación de ambos… y ante todo la del grupo. (Nos unía a ambos -soldado y profesor- una fuerte ideología, de dos trazos: nacionalista, para él; revolucionaria para mi)”. Pero esta situación dejó múltiples interrogantes a Jesús Taborga: “¡Podría tratarse también de una treta, urdida por sus propios jefes!”.
Una vez ideado el escape, se procedió a continuar la organización interna del grupo: “Mientras la población dormía, se deslizaban furtivamente hacia el monte nuestros compañeros (…). El centro de operaciones se instaló propiamente en un punto determinado de la selva. Allí convergían y chocaban opiniones de diversa índole, sobre cómo y cuándo escapar, qué medios utilizar, el secuestro del avión, la posible refriega con los militares, y quiénes deberían incorporarse hasta alcanzar los senderos de la libertad”.
Luego de varios días de cavilación, el grupo decidió como primera medida apoderarse del armamento. “Eran las seis y media de la mañana del 30 de octubre y los habitantes civiles del campamento, adormecidos por la brisa mañanera, ignoraban los planes de fuga. Se levantaron sobresaltados por las fuertes voces que salían de la otra parte ocupada por los militares”.
El acontecimiento de ese momento fue reconstruido por Taborga: “¡Manos arriba, carajo!¡Que nadie se mueva! ¡Dejen sus armas sobre el suelo!, fue la voz decidida y valiente del cabo Mita que esa mañana dirigía junto a sus compañeros que le secundaban”. Inicialmente los soldados que estaban a los alrededores -con sus armas reglamentarias sobre el hombro-, “pensaron que se trataba de una broma, de mal gusto”. Pero la situación del evento fue tomando dimensiones favorables, atemorizada la tropa, dejó caer las armas al suelo: “Contabilizamos 30 ametralladoras M-2, seis mil cartuchos, muchas granadas de mano, señales de luces, varios revólveres y muchos puñales que fueron incautados y supervisados por nosotros”, dice Taborga.
Cumplida la primera etapa, con las armas en su poder y el campo bajo control, procedieron a esperar la llegada del avión. El 3 de noviembre llegó a Alto Madidi el avión TAM-23, “dos emisarios nuestros, vestidos de indumentaria militar, llevaban la consigna de rendir al nuevo contingente que llegaba (…). Felizmente no hubo confrontación. ¡Esta vez el avión transportaba sólo víveres, vituallas y encomiendas!”. Una vez controlada la tripulación área, se determinó ejecutar la fuga, “un tanto incierta pero también cargada de temores y dificultades”.
Luego de discutir con el capitán cuestiones técnicas, resolvieron tomar la ruta hacia Perú, “la más cercana, marcaba en el plano un aeropuerto en la localidad de Puno”. Fue entonces, que 16 insurgentes (seis militares y diez civiles), con ametralladoras en mano y algo de alimento emprendieron vuelo a la añorada libertad. Luego de varios incidentes lograron aterrizar en territorio peruano, fueron trasladados hasta un centro médico donde fueron atendidos.
Después de todo -dice Taborga- los periodistas nos seguían a todos lados con el interés de contactarnos personalmente. Tras permanecer unos días en Puno fueron trasladados vía terrestre a la población de Arica, donde fueron recibidos con solidaridad y generosidad. Llegando a recibir el siguiente comunicado: “¡El presidente Allende ha respondido favorablemente a sus pedidos. Les envía su saludo revolucionario y les concede asilo político”.
Pero luego de unos meses tuvieron que salir de Chile por la llegada al poder de Augusto Pinochet, sin muchas alternativas, tuvieron que salir apresuradamente rumbo a Europa. Al final del relato, Taborga declara que volvió a Bolivia, el primero de junio de 1978, luego de permanecer exiliado por siete largos años.
A medio siglo de la dictadura de Banzer resulta, sin duda preocupante, que muchos testimonios se fueron perdiendo bajo la sombra del olvido. Es necesario analizar con ojos críticos varios episodios de nuestra historia contemporánea. Porque si ahora se sigue repitiendo la historia oficial de manera acrítica, siempre subsistirá el riesgo de que en un futuro más o menos cercano las actuales generaciones perciban al período de Banzer como los siete años de “orden, paz y progreso”. Olvidando que toda dictadura tiende a restringir libertades y derechos. Y creo que toda limitación al Estado de Derecho, debería de ser una preocupación constante.
Freddy Zárate / Abogado
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