Nota de prensa que salio poublicada en el periodico Página Siete el día
El próximo 15 de junio se cumplen noventa años del estallido de la Guerra del Chaco, cuyo trágico acontecer no solamente desangró a dos países hermanos durante tres años de cruento enfrentamiento, sino que marcó indeleblemente el devenir futuro de Bolivia en lo social, político y económico.
Al asumir la presidencia y presionado por las negociaciones diplomáticas que se llevaban a cabo en Washington, Daniel Salamanca decidió apurar la penetración en el territorio en disputa, pues era convicción general que, de llegarse al arbitraje, éste partiría de las posiciones que ocupen Paraguay y Bolivia en ese momento: “Establecido el enlace entre los sectores septentrional y central del Chaco […] faltaba llegar a los fortines recientemente fundados en dichos sectores, con los del sudeste, para dejar concluido el programa de penetración y defensa esbozado por el nuevo gobernante de Bolivia. Era relativamente poco lo que restaba por hacer, pero era lo fundamental. Si se lograba realizar este enlace final, una línea de fortines sin discontinuidad, extendida en semicírculo, de norte a sudeste, habría formado un valladar sólido que el Paraguay no habría podido impunemente perforar. […] Había que poner manos a la obra” [Alvéstegui, Salamanca. T.3:367].
En ese afán, tanto el gobierno como el Estado Mayor General del Ejército eran conscientes de que el factor determinante y limitante para ese avance lo constituía la escasez de fuentes de agua. Es por ello que se buscó el apoyo del Lloyd Aéreo Boliviano, a fin de que sus naves sobrevolaran el Chaco en su búsqueda; estos vuelos comenzaron en julio de 1931 y, en uno de ellos, efectuado por el gerente del LAB Germán Schroth, se dio con un espejo de agua: “Más al sureste, aparecieron los reflejos de luz solar de una laguna más grande, pero no pudimos explorarla durante ese vuelo, ya que nuestro suministro de combustible era insuficiente para ello. Pero se exploró durante uno de los siguientes vuelos. Encontramos una laguna de aguas cristalinas, de una extensión aproximada de 600 por 200 m y poblada por muchas aves acuáticas, pero sin ningún rastro de asentamiento humano” (Schroth, En el Reino del Cóndor: 181).
Conocida la novedad, esta vez fueron aeronaves militares las que buscaron la laguna; hasta que, el 25 de abril de 1932, el mayor Óscar Moscoso, que viajaba de observador en un avión Vickers Vespa pilotado por el mayor Jorge Jordán, divisó el espejo de agua, al que, en principio, lo llamó “Gran Lago”, para luego bautizarlo “Laguna Chuquisaca” en el informe a sus superiores. Para mal de las naciones en disputa, apenas unos meses atrás, una expedición de oficiales rusos al servicio del Paraguay había dado con ella y levantado un pequeño fortín en su orilla noreste.
Recibidos en La Paz el informe del descubrimiento y el croquis elaborado por Moscoso, el general Filiberto Osorio, jefe del Estado Mayor General, “ordenó suprimir de las copias del plano de Moscoso la inscripción que decía: probable fortín paraguayo y tres casas y un corral… ¿Por qué ordenó el general Osorio que se borrara esta inscripción? [...] La supresión de esa señal no podía conducir sino a la comisión de errores fatales. Hay pues derecho a considerar maliciosa esa mutilación” (Alvéstegui, Salamanca. T.3: 372). A Salamanca se le dijo que las construcciones observadas eran, tal vez, “un tolderío de salvajes”. Como hace notar David Alvéstegui, a partir de ese momento, “empiezan a ser turbias las informaciones militares ofrecidas al presidente de la república”.
Para los mandos militares, el espejo de agua se convirtió en objetivo prioritario, pues les permitiría hacerse del elemento más escaso en la zona central del Chaco. A pesar de que Salamanca expresó sus recelos sobre si lo hallado no sería una avanzada paraguaya, Osorio y su Estado Mayor creyeron haber engañado al presidente y, seguramente con la confianza de que, de darse un nuevo enfrentamiento con tropas paraguayas, éste sería un incidente más de los muchos sufridos y superados en años anteriores, se ordenó al coronel Peña, comandante de la Cuarta División sita en el Chaco, envíe a Moscoso, al mando de tres suboficiales y veinticinco soldados, a tomar Laguna Chuquisaca, que los paraguayos habían bautizado como Laguna Pitiantuta.
La tarde del 14 de junio de 1932, Moscoso y sus hombres llegaron a orillas del lago. Al amanecer del día siguiente, luego de un breve intercambio de disparos que puso en fuga a la reducida guarnición paraguaya, el fortín paraguayo fue tomado por las fuerzas bolivianas.
Al conocerse la novedad en La Paz, mientras el Estado Mayor General se congratulaba del paso dado, Daniel Salamanca anota en sus memorias: “la noticia me llegó como un rayo inesperado”, causándole gran contrariedad, puesto que desde que ordenó el inicio de la ocupación del mayor territorio posible en el Chaco recomendó mesura en esos avances, evitando choques armados. Las consecuencias de la decisión del comando militar serían las temidas por el presidente, encendiendo la chispa de la contienda bélica con nuestro vecino del sudeste.
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