Los antecedentes de uno de los más brillantes días de la historia contemporánea, ocurrido hace 35 años.
Durante el banzerismo (1971-1978), el ala radical de la izquierda era idéntica en su deseo de llevar el proceso histórico más allá del capitalismo, aunque se hallara profundamente dividida por la cuestión del método adecuado para provocar tal transformación social.
Mientras la mayor parte de los jóvenes políticos bolivianos se hallaban encandilados por el Che y el cura guerrillero colombiano Camilo Torres, lo que les llevaba a creer que la lucha armada era el único genuino compromiso con los ideales comunistas, el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), fundado en 1971, creía que la tarea histórica era la consumación plena de la Revolución Nacional; que el sujeto político que realizaría tal cosa era el "bloque” obrero, campesino y popular, con exclusión de toda expresión política de la burguesía, y que el método de lucha consistía en la preparación política y militar de las masas para que, en un momento de crisis revolucionaria, estas procedieran a capturar el Estado.
Foto periodico Página Siete |
Este programa fue mantenido por los miristas que se quedaron en el país durante los años de resistencia al banzerismo; fue variando, en cambio, en el debate de los exiliados, primero en Chile, y luego sobre todo en París, Caracas y Quito… En estas y otras ciudades los núcleos miristas tenían que establecer acuerdos mínimos con los miembros de las otras organizaciones expulsadas del país; había algo que los unía a todos y era la necesidad de recuperar las libertades democráticas que la dictadura les había arrebatado, las libertades de asociación, palabra y pensamiento que el gobierno del general Juan José Torres, pese a haber sido "de facto”, les había concedido.
De esta manera, los distintos grupos del exilio boliviano terminaron coincidiendo en una cuestión táctica: había que echar a los militares del poder y establecer un régimen democrático, como realización inmediata y condición previa de un posterior avance hacia estadios políticos más avanzados.
La aplicación de este esquema tuvo un efecto ideológico sobre la izquierda boliviana: la empujó a identificarse con las libertades civiles y a confiar en métodos que no pertenecían a su tradición, como tocar la puerta de los cuarteles en busca de "militares patrióticos” o como las elecciones, al punto de que comenzarían a preferir estos métodos como medio de transformación social. Esto, a su vez, terminó moderando los alcances y la velocidad que atribuyeron a esta transformación. Este proceso, sin embargo, no estuvo exento de contradicciones internas.
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Estas reflexiones condujeron progresivamente a la izquierda marxista a un nuevo compromiso, mucho más estrecho, con la democracia, que entonces aquélla dejó de percibir como un instrumento del enemigo de clase y pasó a incluir en su propio arsenal. Todavía no concebía la democracia como un fin en sí mismo, sino tan solo como un instrumento para lograr algo más, pero ya era un instrumento suyo. Como resultado de ello, la izquierda (marxista y nacionalista) se convirtió en la principal fuerza política orientada hacia la conquista de las libertades democráticas en Bolivia (la principal, pero no la única: también apuntaba en este sentido, aunque con mayor hesitación, la derecha del MNR, que apoyó el golpe de Banzer, pero solo hasta 1974).
Una vez que la democracia fue reconquistada, la izquierda se convirtió en la principal defensora de esta, lo que le impidió repetir las actitudes maximalistas que tuvo una parte de ella en el periodo 70-71. Así, en estos años de exilio y de lucha contra la dictadura de Banzer se produjo el primer paso del encuentro entre la izquierda y la democracia.
El ascenso de la Unión Democrática y Popular
Como resultado directo de las discusiones realizadas en el exilio, el 6 de enero de 1978, Antonio Araníbar, del MIR, y Hernán Siles Suazo, del MNR-I, firmaron el "Pacto de Caracas”, orientado a "evitar que la dictadura –con Banzer o sin él– gane el proceso de constitucionalización, articulando para ello un gran rechazo…”.
Banzer quería lograr esta "constitucionalización” por medio de las elecciones generales, convocadas para el 9 de julio de ese año.
En torno al expresidente Hernán Siles –figura histórica de la Revolución Nacional, cuyo momento insurreccional había comandado personalmente– también se juntó, además del MIR, un amplio abanico de partidos de izquierda e indianistas: el Partido Comunista, el Movimiento Revolucionario Tupak Katari (MRTK) del dirigente campesino Genaro Flores, el Partido Socialista (PS) de Guillermo Aponte, el Movimiento de la Izquierda Nacional (MIN) de Edil Sandóval Morón, otras agrupaciones menores y personalidades como los expresidentes Alfredo Ovando y Adolfo Siles Salinas, o como Ema Obleas, la viuda del general Torres, asesinado por la dictadura argentina en el marco del Plan Cóndor. El bloque se llamó Unión Democrática y Popular (UDP).
Las elecciones de 1978
Los otros contendientes en las elecciones de 1978, además, por supuesto, del oficialismo, eran la alianza de las dos facciones derechistas del nacionalismo revolucionario, el MNR-H de Paz Estenssoro y el PRA de Walter Guevara, el Partido Demócrata Cristiano y el Frente Revolucionario de Izquierda (FRI), que agrupaba al PRIN de Lechín, al Partido Comunista Marxista Leninista (prochino) y a los trotskistas de fuera del POR (el cual no participó en las elecciones). También postuló a la presidencia un político ovandista que se había convertido al socialismo y se haría muy famoso: Marcelo Quiroga Santa Cruz, candidato de una escisión del PS de Aponte llamada "PS-1”; el último participante era otro partido indígena, el Movimiento Indio Tupak Katari (MITKA).
Los exiliados de estos partidos volvieron al país gracias a una épica huelga de hambre iniciada por cuatro mujeres, entre ellas la dirigente minera Domitila Chungara, que logró la amnistía general.
La UDP presentó a las elecciones el binomio Siles-Sandóval, y el MIR obtuvo una senaduría por Tarija para su "hombre público”, Jaime Paz Zamora.
Pocos días después de las elecciones, el país se convenció de que el candidato continuista, general Juan Pereda, había ganado a la UDP por medio de un descomunal fraude electoral. Esto obligó a Pereda a tomar el poder por la fuerza, despidiendo a Banzer del cargo que había ocupado por casi siete años. Pero no duraría en la presidencia. El 24 de noviembre lo expulsó y puso rumbo a Miami una conspiración de los militares "institucionales” (es decir, con simpatías democráticas), que dirigió el general David Padilla.
Las elecciones de 1979
Este convocó a elecciones para el 1 de julio de 1979, en las que la UDP triunfó estrechamente: obtuvo 592.886 votos, mientras que el segundo partido más votado, el MNR de Víctor Paz, logró 539.744 adhesiones. La diferencia entre ambos, entonces, fue de apenas 53.147 votos, y además el MNR tenía ocho parlamentarios más que la UDP. El tercer partido más votado fue Acción Democrática Nacionalista (ADN), recién creada por el general Banzer, que con 225.205 votos mostraba la implantación que éste había logrado en la sociedad, sobre todo por el recuerdo de la prosperidad económica con que el alto precio del estaño (1972-1976) que exportaba Bolivia había beneficiado a su gobierno.
Como ninguno de los candidatos lograra la mayoría absoluta, el Congreso debía escoger al presidente de entre los tres más votados. ADN era enemiga a muerte de la UDP, ésta rechazó apoyar al MNR, y el último partido se negó a celebrar un acuerdo que diera la presidencia a Banzer otra vez. Se produjo, entonces, un "empantanamiento” parlamentario, que terminó con la elección transitoria de Walter Guevara, del PRA, quien previamente había sido elegido presidente del Senado con el apoyo del MNR.
Guevara debía gobernar por un año, pero su gestión fue interrumpida por otro golpe de Estado, dirigido por el coronel Alberto Natusch Busch, y apoyado por dos grupos civiles, el de Guillermo Bedregal del MNR y el de Edil Sandóval, el anterior acompañante de Siles Suazo.
Luego de algunos devaneos democratizantes, este gobierno "cívico-militar” reprimió férreamente a las multitudes que salieron a las calles a expresar su rechazo a la aventura golpista y su compromiso con el restablecimiento de la democracia en el país; Natusch también secuestró al parlamento, que se había reunido para expresar su condena al golpe. Los parlamentarios rechazaron la pretensión de los alzados de convertirse en gobernantes "legítimos”. Esta actitud de firmeza, la movilización popular y el anatema de los partidos políticos en contra de Bedregal y Sandóval, terminaron por convencer al depresivo, dipsómano y políticamente errático Natusch de abandonar el palacio. Como "resultado” del golpe se derrocó a Guevara; lo sustituyó Lidia Gueiler, otra militante histórica del MNR, presidenta de la Cámara de Diputados, con el compromiso de convocar a nuevas elecciones el 29 de junio de 1980.
La breve y terrible dictadura de García Meza
El gobierno de Gueiler fue breve como todos los de esta época, pero intenso. Pese al carácter temporal de su mandato, la Presidenta no tuvo más salida que enfrentar el vertiginoso deterioro de la situación económica del país. Gueiler aprobó un conjunto de decretos de ajuste económico (un "paquete”, según la terminología de la época), que incluía el aumento del precio de los combustibles que vendía el Estado a la población, la devaluación del peso boliviano y, para compensar los efectos inflacionarios de ambas medidas, el control coercitivo de los precios de los productos básicos.
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En un ambiente enrarecido por la tensión social y el terrorismo de derecha, se produjo una tercera campaña electoral, en la que la UDP volvió a presentar el dúo Siles-Paz Zamora y volvió a perfilarse como la opción preferida por el electorado, encima del MNR de Víctor Paz.
El golpe del 17 de julio
Tres meses antes de las elecciones programadas para el 29 de junio había caído asesinado Luis Espinal, jesuita y director del semanario Aquí, que investigaba la relación entre los comandantes militares de ese momento y el narcotráfico; el 21 de junio, el avión que llevaba a un acto de campaña a Jaime Paz Zamora y a un grupo de altos dirigentes de la UDP, en el que por milagro no se hallaba Siles, explotó en el aire, seguramente saboteado por los grupos de inteligencia del ejército. Paz Zamora fue el único sobreviviente del atentado, pero sufrió graves quemaduras y tuvo que abandonar el país.
Este ataque, como quizá era previsible, aumentó la preferencia electoral por la UDP, que casi duplicó la votación del partido que llegó en segundo lugar, el MNR, y también mejoró el desempeño del socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz, quien salió cuarto, con la mitad de los votos de la ADN de Banzer (el tercero) y 11 parlamentarios. Quiroga se constituyó en la revelación de los comicios.
Aunque el Congreso debía decidir una vez más quién sería Presidente, la situación permitía pronosticar que el elegido terminaría siendo Siles… Pero esto ya no se supo. El 17 de julio el comandante del Ejército, general Luis García Meza, con asesoramiento de la dictadura militar argentina, dio un golpe de Estado "quirúrgico” que evitó todos los errores de la intentona de Natusch, y que por eso anonadó a la dirigencia democrática.
Luchadores asesinados
El mismo día del golpe, y con una sola maniobra, los militares arrestaron a los más importantes dirigentes izquierdistas, que se habían reunido en el edificio de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), en El Prado de La Paz, para debatir la amenaza militar y emitir un comunicado de rechazo. Durante el operativo cayeron asesinados Marcelo Quiroga y el trotskista Carlos Flores, entre otros. Por otra casualidad feliz, Siles no estaba en la reunión y el representante del MIR en ella, Óscar Eid, logró escapar y esconderse. Ambos saldrían al exilio, en donde los encontrarían los demás políticos democráticos que habían tenido una participación destacada durante esta etapa.
En Bolivia se quedaron los miembros de la generación más joven y menos "vista” de la izquierda, entre ellos los componentes de la dirección clandestina del MIR, que García Meza y su truculento ministro del Interior, Luis Arce Gómez, detectaron y asesinaron el 15 de enero de 1981, mientras celebraban una reunión en una "casa de seguridad” de la calle Harrington, en el barrio paceño de Sopocachi. Allí murieron acribillados Ramiro Velasco Arce, José Luis Suárez, José Reyes, Ricardo Navarro, Artemio Camargo, Arcil Menacho, Gonzalo Barrón y Jorge Baldivieso, parte de lo mejor de la tanda que se había incorporado al MIR durante la dictadura banzerista. La única sobreviviente fue también la única mujer convocada a esta reunión, Gloria Ardaya, quien lograra esconderse bajo una cama.
La "masacre de la calle Harrington” fue el peor crimen de un gobierno brutal, que ni siquiera contaba con el apoyo del total de las Fuerzas Armadas, y que sumaba a sus objetivos represivos y anticomunistas su inocultable afán de repartir entre sus dirigentes la hacienda pública. García Meza actuaba a contrapelo de la historia.
Causas de la desmilitarización
El retiro de los militares a sus cuarteles se debió en buena parte a la conversión de la izquierda a la democracia. Gracias a ella, los militares golpistas dejaron de ser necesarios como fichas de Estados Unidos en el juego de la Guerra Fría, y no pudieron legitimarse por más tiempo acusando a sus adversarios de una inclinación autoritaria.
La segunda gran causa de la salida de los militares, sobre la que se apoyaron los valientes esfuerzos demócratas en esta época, fue la crisis económica, que había continuado agravándose por el propio desarrollo de sus premisas y por la extrema corrupción del garciamezismo, algunos de cuyos componentes, como Luis Arce Gómez, se dedicaron a producir y traficar droga.
La crisis económica impulsó a los trabajadores a protestar incluso bajo las condiciones más difíciles, a fines de 1980, y, con más estruendo, en los siguientes años, conforme la crisis arreciaba y se iban sucediendo los gobiernos militares, cada uno más débil que el anterior. Esta corriente subterránea de activismo de la sociedad civil socavó las bases disciplinarias del "poder gorila” y puede considerarse la gran causa de su desmoronamiento. En ella tuvo un papel destacado el PCB, que campeaba en los sindicatos, y el Frente de Masas Obrero del MIR, cuyos dirigentes históricos fueron el minero Artemio Camargo, asesinado en la masacre de la Harrington, y el fabril Walter Delgadillo.
"Militares patrióticos”
Pese a la constante conspiración de los sindicalistas de los partidos de izquierda, la represión seguía obligando a las fuerzas democráticas a depender de lo que ocurría en el seno de las propias Fuerzas Armadas, que se había convertido en el único sujeto político activo que tenía el país. Después del asesinato de los miristas y el descubrimiento de los nexos de los militares bolivianos con el narcotráfico por parte del periodista estadounidense Michael Wallace, en el programa 60 Minutos de la televisión de su país, los militares antigarciamezistas proliferaron.
Hastiados del desenfreno de sus camaradas en el poder, produjeron alrededor de seis "pronunciamientos” contra el régimen, algunos, como el del coronel Emiliano Lanza, apoyados por ADN, y otros como el de Lucio Áñez, por el MIR y la COB, la cual declaró una huelga general para saludar la movilización de tropas en contra del presidente, en la que, curiosamente, participó Natusch Busch.
Como resultado de esta acción, en junio de 1981 García Meza renunció. Sin embargo, no fue sustituido por Áñez, como la izquierda esperaba, sino por el general Celso Torrelio, que hasta ese momento se desempeñaba como Ministro del Interior. El nuevo gobierno fue considerado por la izquierda como "continuista”.
Torrelio quiso enfrentar la crisis con un "paquete” de estabilización que solo trajo una mayor agitación política. Incapaz de manejar la situación, tuvo que ceder su puesto a otro general, Guido Vildoso, quien en un inicio pensó gobernar hasta 1983 pero pronto tuvo que convencerse de que el enemigo que estaba enfrentando, esto es, la crisis económica, superaba por mucho sus capacidades. Así que comenzó a negociar la transición.
El "Congreso del 80”
Los sectores empresariales, preocupados por la posibilidad de una ruptura política violenta, sugirieron la reinstalación del Congreso elegido en 1980, a fin de que nominara Siles y Paz Zamora como primeros mandatarios.
Por conveniencia propia, más que por un cálculo de qué sería mejor para el gobierno de Siles, el MIR aceptó y alentó esta salida en contra de las voces que, desde la UDP, opinaban que la convocatoria a nuevas elecciones podía abrir la posibilidad de formar un Congreso más favorable al silismo (y también la de cambiar de candidato vicepresidencial, claro está). Sin oír a nadie, el MIR acentuó la movilización popular, procurando apurar la llegada de gobierno civil e inviabilizar la idea de nuevas elecciones.
En septiembre de 1982, organizó una enorme manifestación en la plaza San Francisco, con el lema de "El hambre no espera”. Al final se salió con la suya, a costa de generar una dinámica reivindicativa y unas expectativas populares que luego se volcarían en contra de su propio gobierno, el primero del nuevo ciclo democrático, que comenzaría a funcionar el 10 de octubre de 1982.