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A 75 años de un magnicidio

Nota de prensa que salio publicada en el periodico Página Siete el día domingo 25 de Julio de 2021 en la sección ideas en la página 5

Luego del asesinato de Gualberto Villarroel, “hay una herida en la memoria de quienes luchan todavía por una Bolivia libre de logias y de roscas”.

Augusto Vera Riveros

Abogado

Cuando a costa del desprestigiado gobierno de Enrique Peñaranda emerge la figura de Gualberto Villarroel, que lo catapulta a la primera magistratura, éste nunca pudo haber imaginado el trágico final de su vida y el punto de referencia que significó para la historia nacional su artero asesinato y posterior colgamiento a pocos días de haberse conmemorado otro hecho similar, producido un poco más de 135 años antes en el mismo escenario.


Entonces no puede dejar de verse en ambos acontecimientos que, de por medio, había dos procesos revolucionarios: el primero que germinó una independencia respecto de la corona española, y el segundo en relación a las oligarquías minero-feudales que todavía demarcaban un Estado-minero que controlaba la hacienda y la vida de los bolivianos. Villarroel había inaugurado medidas progresistas de las que el sexenio inmediato y la Revolución del 52 se apropiaron.

Quizás en un ejercicio forzado de justificativos a tan luctuoso hecho, pudiésemos afirmar que el papel del MNR, de cuyas filas hubo varios ministros que conformaban el gabinete, fue el motivo para el que el militar que terminó siendo presidente constitucional fuera también ajusticiado salvajemente debido a la insidia de una brutal oposición; empero la historia de manera unánime destaca que no solo las roscas plutócratas, sino el comunismo –cuándo no– fueron los artífices del monstruoso asesinato.

Y es que en la política criolla, de comportamiento por lo general repugnante, los intereses partidistas, o por mejor decir, los intereses personales, se han impuesto sobre los del conjunto de la gente. Recuerdo todavía cómo el binomio ADN-PCML, de posicionamientos ideológicos distantes, no tuvo ningún reparo para aliarse en una componenda que, como es de suponer, no tuvo ninguna coincidencia programática, sino que ante el reciclamiento que el exdictador logró después de su nefasto pasado político para hacerse de un espacio en la novísima democracia boliviana, Oscar Zamora Medinacelli, un exguerrillero y jefe de un microscópico partido, vio que aliarse con el ultraderechista y masacrador por excelencia podía ser la única posibilidad de acceder al poder que final y afortunadamente no se dio.

Pero esa es la conducta predominante de los políticos cuya venalidad, inconsecuencia y oportunismo ponen en evidencia sus imposturas, si eso les posibilita cooptar el poder aunque sea a costa de la más mínima credibilidad. Y eso es lo que ocurrió cuando el PIR y el POR se pusieron en total acuerdo con el Departamento de Estado para situarse del mismo lado de los grandes empresarios mineros, y juntos ponerse al frente de una contra revolución despiadada, comprando sangre en los mataderos para pintar paredes como si perteneciera a simulados estudiantes victimados por el gobierno de la Radepa y el MNR, poniendo al servicio de tan innobles métodos a plañideras para marchar por las calles de luto por sus inexistentes muertos. Y lo evidente es que ese espeluznante crimen fue ni más ni menos que el culmen de una muerte anunciada, porque esas fracciones que en Bolivia, y no es secreto, nunca alcanzaron notoriedad ideológica, por lo que a lo largo de su existencia tuvieron que apelar a la violencia, hicieron una oposición áspera, siempre destructiva contra el gobierno de la Razón de Patria.

El imperialismo, la rosca minera y el latifundismo vituperaban a Villarroel por lo que hacía, pero el estalinismo y el porismo lo atacaban por lo que era incapaz de hacer. Esto es lo que sucedió: Villarroel se vio acosado durante todo su mandato por la clase proletaria que lo acusaba de reaccionario, pero también por la burguesía salvaje que lo sindicaba de defender la doctrina marxista. Sin duda que del lado de la izquierda hubo una responsabilidad compartida entre trotskistas y marxistas que tácitamente consensuaron con el tan denostado imperialismo, no solo la caída, sino el magnicidio más resonante de la historia republicana.

Cuando Gualberto Villarroel, acorralado en el Palacio Quemado por sus detractores, fuera aconsejado para responder a la balacera inclemente que se produjo para eliminarlo, en una muestra más de su integridad moral, fue categórico al rechazar tal posibilidad aun sabiendo de su inminente trágico final, en un mensaje de que él sí estaba dispuesto a dar su vida por la patria sin haber tenido, afortunadamente, la posibilidad de conocer el repulsivo slogan de “patria o muerte”, cuya vacuidad comprobamos muchos años más tarde. Aceptó su muerte con resignación y cuando ya había renunciado, aunque todavía no supo la manera cruel en que se planeó esa fatalidad, fue aventado de la manera más inhumana desde un balcón del Palacio, cayendo en la pétrea acera.

Hace un tiempo una anciana, en la plenitud de sus facultades mentales, que por esos aciagos días era una joven núbil, me contaba que por su condición de hija de un policía de alta gradación en el cumplimiento de su trabajo, pudo acercarse al lugar del fatídico suceso justamente unos segundos antes de que se precipitara el cuerpo, y ver la expresión angustiante, la mirada moribunda y el estertor de un militar de honor, ante la mirada risueña de los criminales golpistas, pero también percibir el gemido mortuorio y el clamor pavoroso de muchos entremezclados en la turbamulta, por el que luego fue colgado de ese farol de la ignominia. Los “contrarevolucionarios” un día antes habían emitido un comunicado expreso de hacer uso de la pérfida “acción directa” que tienen como método de lucha.

La prensa de la época tampoco se abstuvo de lapidar a un gobierno que fue constitucional, y pletóricos de un triunfalismo falso con que llenaron por mucho tiempo sus páginas, coadyuvaron al rótulo de revolución popular a un hecho que no pudo exceder el epígrafe de crimen bárbaro desconociendo el orden establecido.

Y aunque la historia hizo una reparación de la figura histórica de Gualberto Villarroel, cuando este 21 de julio se cumplieron 75 años del oprobioso hecho, hay una herida sangrante en la memoria de quienes luchan todavía por una nueva alborada para una Bolivia libre de logias, de roscas y de comunistas. No se trata de hacer remembranza laudatoria de quien pudo tener errores en el ejercicio de su mandato, aunque sin lugar a dudas fue un hombre íntegro, sino de condenar con vehemencia el deshonor de la historia que no se la escribe como se la quiere, es cierto, pero que quien es practicante de la democracia anhelaría que fuera como la patria la merece.

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