Nota de prensa que salio publicada en el periodico Página Siete el día domingo 9 de Junio de 2019 en la sección Ideas en las páginas 4 y 5
Se trata de uno de los héroes olvidados de la independencia de Bolivia; fue Jefe del Estado Mayor del Ejército Libertador y vencedor en Ayacucho; luego prestó importantes servicios a la naciente República de Bolivia.
Raúl Rivero Adriázola Escritor
Entre los personajes que jugaron roles preponderantes en la guerra de independencia americana, varios son los hoy injustamente olvidados, como es el caso de mi tatarabuelo, el general Francis Burdett O’Connor, noble irlandés y descendiente de la última familia reinante en esa isla, quien llegó a ostentar la importante responsabilidad de Jefe de Estado Mayor del Ejército Libertador.
Gracias a sus Memorias, que escribió en los últimos años de vida - dejándolas lamentablemente inconclusas por su muerte -, podemos saber de buena tinta muchos entretelones de los hechos que se sucedieron para hacer del Alto Perú colonial la que hoy conocemos como Bolivia.
Entre esos hechos, uno de los más singulares tal vez, es que Ó’Connor haya sido proclamado por Antonio José de Sucre y sus generales, cinco meses antes del 6 de agosto de 1825, “Fundador de la nueva República”.
¿Cuáles fueron las razones que impulsaron a los libertadores a dar a este general irlandés, que pisaba por primera vez en su vida suelo altoperuano, tan alto y singular homenaje?
Una vez logrado el triunfo de las armas americanas en Ayacucho, y por acuerdo entre Bolívar y Sucre, el grueso del ejército libertador se trasladó a Cuzco, donde O’Connor recibió la siguiente instrucción del General Sucre: “Señor Coronel, Jefe del Estado Mayor General del Ejército Unido Libertador, presente: Estando por emprender la campaña del Alto Perú, y deseando se termine ella con toda la gloria de las armas libertadoras, como hasta aquí, he elegido a U.S. para que, encargándose de la dirección de las últimas operaciones, complete nuestros triunfos”.
Esta campaña se inició en el mes de enero de 1825, encabezada por Sucre y O’Connor, llegando a Puno a fines de ese mes. En esa ciudad, recibieron la inesperada visita del doctor chuquisaqueño Casimiro Olañeta, que había desertado de las filas de su tío, el general Pedro Olañeta, último jefe militar español que resistía en el Alto Perú y que días antes emitió una proclama acusando al derrotado Virrey La Serna de traición e incapacidad, por haber capitulado en Ayacucho.
Si bien el encuentro fue inesperado, el personaje no era desconocido para Sucre, pues días antes éste recibió dos cartas de él. En la primera le expresaba sus más altos sentimientos patrióticos y su ansiedad de reunirse con el vencedor de Ayacucho.
En la segunda, que marcó como “confidencial”, afirma que fue él quien convenció a su tío para que no se pusiese a órdenes del virrey antes de Ayacucho, debilitando así al ejército realista, y luego describe las debilidades del ejército del general español en el Alto Perú, incitando a Sucre a cruzar el Desaguadero, pues la resistencia esperada sería débil.
Por último, le solicita ponerlo a su servicio “…admitiéndome como un simple soldado en su caballería hasta el fin de la guerra”. Sucre quedó muy impresionado con Olañeta, al extremo de hacer caso omiso de las prevenciones que contra este personaje le hicieron llegar los generales Alvarado y Lanza.
Recién tres años después, y en circunstancias muy dolorosas, que le significaron dejar la Presidencia de Bolivia y casi le cuestan la vida, Sucre se daría cuenta de su error de apreciación.
Aún antes de desertar del ejército de su tío, Casimiro Olañeta tenía claro lo que buscaba: hacer del Alto Perú una república independiente del Bajo Perú y de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en la que él tendría un rol de primera importancia, tanto en su gestación como en su posterior administración.
Para ello, jugó sus cartas con suma habilidad, enfrentando a los dos personajes que más podían influir para tomar la decisión que le convenía. Por un lado, escribía al general Arenales, Gobernador de Salta, ofreciéndose a trabajar porque se imponga la hegemonía de las Provincias Unidas en detrimento de la Bolivariana; por otro lado, instaba a Sucre justamente lo contrario.
El hecho de dirigirse a este último demuestra que sabía cuál tendría mayor capacidad de imponerse.
Habiendo salido de Puno el día 4 de febrero, el Ejército Libertador hizo triunfal ingreso en el Alto Perú, siendo recibido con algarabía por los pueblos que pasaban, hasta arribar el 7 de ese mes a la ciudad de La Paz, de la cual se había replegado con rumbo sur el ejército del general Olañeta apenas diez días antes, con el propósito de hacerse fuerte en Potosí.
El 9 de febrero, el general Sucre, como comandante del Ejército Unido Libertador, emitió el famoso decreto, considerado piedra angular de la independencia del Alto Perú, expresando en él que el ingreso del ejército tenía como propósito liberar a las provincias de la Audiencia de Charcas del dominio español, pero no interferir en sus asuntos internos, por lo que la autoridad del comando del Ejército Unido se extendería únicamente hasta que una asamblea elegida por los altoperuanos refrendara lo que las provincias quisieran, destacando, empero, que cualquier resolución debería basarse en entendimientos con los gobiernos del Bajo Perú y de las Provincias Unidas.
Por último, fijaba el 29 de abril, en la ciudad de Oruro, la fecha de inicio de deliberaciones y los procedimientos que debían seguirse para que cada provincia elija a sus representantes.
14 años después, Casimiro Olañeta afirmaba que al cruzar el Desaguadero “…yo inspiré al gran filósofo y mariscal Sucre, la idea de la independencia de las provincias del Alto Perú y la fundación de una nueva República, la cual debería ser llamada Boliviana por la Asamblea Deliberante”.
Para muchos historiadores, Olañeta habría sido el autor real del decreto del 9 de febrero; sin embargo, nuevos hallazgos documentales desmienten esta afirmación, dando a Sucre la paternidad única.
Sin embargo, durante la estada del Ejército Libertador en La Paz, Casimiro Olañeta siguió intrigando, tanto para debilitar a su tío como para crear conciencia entre las personalidades más representativas de esa ciudad, de Oruro y de Chuquisaca, para que proclamen el deseo altoperuano de ser una república independiente.
Cuando salen de La Paz rumbo a Oruro, el día 12 de marzo, Sucre y O’Connor saben que la posición del general Olañeta se ha debilitado a raíz de varias deserciones, por lo que debe presentársele batalla en Potosí o sus alrededores, así la asamblea convocada para el 29 del siguiente mes podría deliberar sin tener temor a un ejército español aún activo en el Alto Perú.
El 18 de marzo, el Ejército Libertador se encontraba en Challapata, donde Sucre y Olañeta dejan a O’Connor con la labor de integrar a nuevas unidades altoperuanas, para luego encontrarse dos días después en la población de Condocondo; allí se tomaría la decisión de ir directamente a Potosí o realizar un movimiento envolvente sobre el ejército realista, a fin de evitar su huida a Argentina o Brasil.
Camino a Condocondo, Olañeta y Sucre tienen una seria conversación sobre el futuro de la Audiencia de Charcas; en ella, el joven doctor chuquisaqueño insiste que era deseo de sus habitantes ser república independiente, para lo que insta al Mariscal de Ayacucho que interviniera personalmente en la futura asamblea y ponga su prestigio al servicio de esta aspiración.
Incluso habría recomendado que se usara al Ejército Libertador para oponerse a los alegatos de soberanía por parte del Bajo Perú y de las Provincias Unidas. Sucre se habría opuesto vehementemente a ambas sugerencias, recalcando lo expresado en el decreto del 9 de febrero, dejando preocupado a Olañeta, pues sabía que otros intereses podrían moverse por gente que tuviera su habilidad y con apoyo de recursos venidos de afuera, los que pondrían en serio peligro su posición e intereses.
Apenas termina de escuchar al Mariscal, Olañeta toma una audaz decisión. Vuelve grupas y se encamina a Challapata.
Entretanto, O’Connor, habiendo terminado las tareas que le retenían en esa población, salió a dar alcance a Sucre. A poco de haber andado se encuentra en el camino con Olañeta que lo espera solo; al darle alcance, le dice que se había quedado ahí ex profeso para hablarle de algo sumamente importante.
Le refiere la charla sostenida con Sucre y sobre si convendría más unirse al Bajo Perú o a la República Argentina, pidiéndole su opinión sobre un tema de tanta importancia.
O’Connor, sin sospechar las verdaderas intenciones de su interlocutor, le responde que él se había preocupado aún antes de pisar territorio altoperuano, de informarse de su historia y recursos geográficos, por lo que “Doctor Olañeta, si este país del Alto Perú ofrece tantos recursos más adelante… como se encuentra desde el abra de Santa Rosa, que entiendo ser su verdadera demarcación por el norte, yo no veo por qué razón tenga necesidad de agregarse ni al Bajo Perú ni a la República Argentina”.
La reacción de Olañeta a sus palabras deja sorprendido a O’Connor. Pero veamos por sus palabras lo que se derivó de ellas: “El doctor Olañeta no me dio tiempo de explicarle más; picó su caballo y se fue a galope tendido en alcance del general Sucre. Por la noche llegué a Condocondo, acuartelé los cuerpos de mi división y luego me dirigí al alojamiento del general Sucre a darle parte de la llegada sin novedad de la división. Entré, pero antes de hablarle, todos los que allí se encontraban, se levantaron de sus asientos y se dirigieron a abrazarme, llamándome a una voz: ‘Fundador de la Nueva República’”.
Si bien O’Connor no tomó demasiado en serio esa expresión, para Olañeta fue un triunfo, pues demostró que tenía la capacidad de influir sobre quienes rodeaban a Sucre y, así, hacer pensar al Mariscal de Ayacucho que, si personajes de su confianza, que no tenían ningún interés particular por las opciones que se manejaban para el futuro del Alto Perú, creían honradamente en que lo mejor sería hacer de este territorio una república independiente, ésta debería ser tomada muy en serio.
Los sucesos posteriores los conocemos muy bien: El 1 de abril muere el general Olañeta en la batalla de Tumusla, acabando así la presencia militar española; la asamblea constituyente se instala finalmente el 10 de julio en la capital de la Audiencia de Charcas -diez días antes y como forma de demostrar que no querían influir en sus decisiones, Sucre y su ejército se replegaron a Cochabamba-, proclamando la independencia del Alto Perú el 6 de agosto de 1825, luego de intensos debates, en su abrumadora mayoría a favor de esta postura y donde se destacan las decisivas intervenciones de Olañeta.
Francis B. O’Connor sirvió a la nueva república hasta la caída de Andrés de Santa Cruz, contrariado por la traición que sufrió éste por parte de varios políticos bolivianos, inducidos a ello por el inefable doctor Casimiro Olañeta.
En sus Memorias, O’Connor afirma: “Ahora yo no sé, francamente, si ésta fue en realidad la primera vez que se pensaba en formar de las provincias del Alto Perú una República independiente y soberana. No hago aquí más que referir simplemente mi conversación de aquel día con Olañeta y el incidente de esa noche en Condocondo”.
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