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La otra cara de Hochschild, el “Schindler de los judíos bolivianos”

Carlos D. Mesa Gisbert*

La cantidad de vidas humanas que Hochschild salvó es incalculable, en función de su riqueza personal y el momento histórico, dice Mesa al comentar la novela de V. Ormachea

Hasta hace no mucho tiempo, y probablemente en los últimos años con mayor intensidad, nuestra lectura de tres figuras fundamentales de la historia empresarial boliviana ha sido una lectura crítica, una lectura de execración, una lectura de ponerle una cruz a quienes, sobre todo la historia nacional revolucionaria, había calificado como los verdaderos saqueadores y depredadores de la riqueza histórica del país. Esas tres figuras fueron Simón Patiño, Carlos Víctor Aramayo y Mauricio Hochschild. A partir de la revolución de 1952, la lógica de El metal del Diablo de Augusto Céspedes (una novela que es una suerte de afirmación política y de militancia ideológica), marcaba a Patiño, Hochschild y Aramayo como los enemigos de la nación. En esa lógica binaria entre nación y antinación de Carlos Montenegro, estos tres personajes eran todo aquello que no debíamos buscar ni debíamos referir y mucho menos admirar.

Es en ese contexto que aparece la novela de Verónica Ormachea. Los infames surge de una construcción histórica de hechos acaecidos a partir de personajes, como no puede ser de otro modo, vehiculados hacia la ficción, y hace una alternancia entre un episodio fundamental, dramático y terrible de la historia mundial, el nazismo (lo que representa el nazismo como destrucción de los valores esenciales del humano) con un personaje de esos tres execrados barones del estaño: Hochschild.

Tuve oportunidad de compartir con Verónica el proceso creativo de la novela y ese proceso tuvo una línea de evolución que permitió llegar al final que ustedes van a poder leer en las páginas ya editadas. Lo que originalmente era un apéndice, el personaje que simplemente servía como un nexo puramente narrativo, se convierte probablemente en el personaje más importante, más fuerte de la novela. Me refiero a Hochschild. Y a partir de la fuerza del personaje histórico principal uno puede encontrar el sentido de los personajes fundamentales de la novela. Los personajes de ficción son dos jóvenes de origen polaco que se van a cruzar con la realidad boliviana.

Vuelvo al punto de partida: a Patiño, Hochschild y Aramayo. Hoy tenemos la posibilidad en la distancia de releer sus figuras, de releer lo que significó su capacidad de crear riqueza en una sociedad. Definitivamente cualquiera de ellos puede ser juzgado de diversos modos y no vamos a santificarlos ni vamos a convertirlos en héroes, pero también definitivamente es ya impensable esa lectura binaria de blancos y negros, de buenos y malos de la historia boliviana construida a partir de la confrontación que hizo el revisionismo histórico del 52.

En una entrevista que concedió Verónica a Página Siete, ella hace una mención absolutamente pertinente sobre la significación de Hochschild: Hochschild es el equivalente en Bolivia de Schindler, el Schindler para los judíos-bolivianos. La cantidad de vidas humanas que Hochschild salvó es incalculable, no solamente en función de su riqueza personal, no solamente en función de sus aportes de inversión directa en el proyecto de inmigración judía en el momento más dramático del nazismo, sino también en su espíritu que por supuesto tenía que ver con su propio origen. A diferencia de Schindler, Hochschild era judío, pero no era un judío militante, ni siquiera un judío de creencias profundas. Era un hombre más bien heterodoxo, un hombre pragmático, pero tenía un fondo de sentido humanístico que permitió que desarrollase una tarea imprescindible para comprender cómo y por qué llegaron a Bolivia a fines de los años 30 y principios de los 40 entre 10.000 y 13 .000 judíos. Muchos de ellos se quedaron en Bolivia, se convirtieron en bolivianos y contribuyeron a la construcción de la sociedad boliviana.

Verónica construye el personaje histórico con elementos de novela, un personaje cuya vida real supera a la ficción, un personaje que se convierte, de rescatador marginal que ha venido de Chile, en uno de los grandes empresarios mineros del país, un personaje que es amigo personal del presidente Germán Busch y que va a ser víctima de Busch que quiere fusilarlo, que va a ser aprisionado por el gobierno de Gualberto Villarroel y que luego va a ser secuestrado inmediatamente después de haber salido de prisión. Un personaje que en medio de esos avatares tiene tiempo para establecer una relación con las organizaciones judías que llevaban adelante la migración.

Pero la novela no es exclusivamente la historia de Hochschild, es fundamentalmente una historia de dos personajes que van a atravesar una parte dramática del siglo XX. Tiene que ver con la Polonia acosada por el nazismo, con el gueto de Varsovia, con ese momento de inflexión tan complicado para los judíos europeos, para los judíos alemanes, para los judíos polacos, de tomar la dimensión exacta del drama que se iba a vivir cuando ya Hitler había llegado al poder, cuando se había producido la Noche de los Cristales Rotos, cuando se había aprobado leyes explícitamente antisemitas, cuando era impensable aun en el peor escenario que un Gobierno con una estructura y una tradición histórica como la alemana pudiera buscar la solución final.

La novela tiene dos grandes escenarios, la Europa, y Polonia en particular, brutalmente desgarrada por la invasión nazi, y la Bolivia de la transición de los años previos al nacionalismo revolucionario.

Pero si uno tuviera que descubrir una epopeya y recomponer y revalorizar un momento de la historia debería ser ése que Verónica escoge en el año 38 y el año 40, en que el país se convierte en uno de los pocos países latinoamericanos con decisión de Estado, de política de Gobierno de recibir un número muy significativo de judíos. Esa decisión de Estado no habría sido posible sin la voz, la acción, la capacidad organizativa de Hochschild.

Desde luego, como lector boliviano, la parte más fascinante de la novela ha sido la parte boliviana, y un desafío complicado para la autora era cómo narrar los horrores de los campos de concentración nazi de una manera tal que no sea repetitiva y no vuelva a contarnos lo que hemos visto tantísimas veces. Creo que el desafío para ella ha sido la parte de la narración europea: es un verdadero descubrimiento. En la parte boliviana ustedes van a encontrar asuntos que nos atañen directamente. Esto es algo muy importante y ella lo logra como novelista. Éste no es un tema estrictamente de interés de los bolivianos de origen judío, es de interés para todos nosotros, para redescubrir una etapa absolutamente olvidada de nuestro pasado. El enlace entre las dos historias está muy bien logrado en la novela.

En fin, se trata de una novela atractiva, de una novela importante en términos de los temas tocados. Creo que Verónica está en el marco de las narraciones de la literatura histórica, de la novela histórica, como un referente importante de la novelística boliviana.

*Extracto de las palabras pronunciadas por el autor en la presentación de la novela Los infames, de Verónica Ormachea, durante la Feria del Libro de La Paz.

Página Siete – La Paz

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